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Es mayo, el sol se pasea espléndido por el cielo, sus rayos son ricos, me calientan y me alegran (mi móvil me mira y sonríe). Florecen las flores, cantan los pajarillos, se arrullan las tórtolas y a mí también se me aflojan las entendederas, en ... cuanto pueda, me perderé por bucólicos paisajes campestres, lindas playas, villas y pueblecitos de cuento, en donde me abandonaré al cielo azul, al rico sol, a la hierba verde y a la dorada arena, quiero triscar, brincar, travesear y retozar, cual alegre cabritilla, además, mandaré al carajo preocupaciones, estrés, malos rollos, mientras me sueño dejándome llevar por las aguas claras de un hermoso lago como una tranquila patita (mi móvil me mira y sonríe malévolo). Le planto cara. Sé lo que está pensando. Cree que él me acompañará a donde vaya y que en cualquier momento podrá desbaratar mis bucólicos planes de jugar a Dafnis y Cloe. Le oigo susurrar: lo tienes crudo, mejor dicho, crudo no, crudísimo, no vas a desconectar, estás encadenada a mí cual moderna Segismunda, yo controlo tu vida, incluida la parte más chunga, y no hay posibilidad de escapatoria (luego, me saca la lengua).
Tengo que admitirlo, lo que dice es verdad, me tiene cogida por los ovarios, así que, esté donde esté, gozosa y abandonada al placer de sentirme viva y libre por un ratito, me llamará con esa voz tan suya y me enseñará en la pantalla el nombre de alguien que lo va a desbaratar todo, que romperá el encantamiento, que me meterá en canción con algún problema del trabajo, con algún marrón que no me esperaba, en fin, que me recordará lo que soy y me devolverá a mi mísero yo de cada día. Me rebelo y le digo que él se va a quedar en casa, junto al ipad, al mac, y todos los inventos de última generación (sin el menor pudor, se ríe a carcajadas). ¡Ay, infeliz de mí!, tiene razón, estoy atrapada en una trampa infernal, él es una prolongación de mis ojos, de mis oídos, de mi manera de estar en este mundo, dejarlo en casa supone una amputación de ese nuevo miembro virtual que se me ha pegado al lomo, ya no sé disfrutar sin hacerme un selfie con cada bicho viviente que se cruza en mi camino, sea nativo, sutil libélula o aberrante insecto, mis pequeñas escapadas se disolverán en la nada sin un profuso documento fotográfico que las atestigüe, mi mente enfermará sin poder enredar en el móvil en los tiempos muertos de aeropuertos y estaciones, tiempos de aburrimiento, que no salen en las películas, porque los protagonistas siempre están haciendo cosas interesantes.
Sin embargo, reflexiono, estamos en mayo, cuando hace -o suele hacer- la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor, cuando canta la calandria y le responde el ruiseñor, como decía el desdichado prisionero del romance. Y tengo los fluidos corporales y la sesera alborotados, los humores del cuerpo se me han puesto caprichosos, siento el alma llena de extraños colorines, que me invitan a disfrutar del buen tiempo, de una vida buena, del amor, del milagro de la primavera. Voy a hacer caso a Hipócrates y a Galeno de Pérgamo, que seguro que tenían razón, los cuatro fluidos básicos, humores, de mi cuerpo, esos que me unen a la naturaleza y sus cuatro elementos, Fuego, Tierra, Aire y Agua, me gritan que es la hora de la armonía, de mandar el móvil a hacer puñetas, de perderme de verdad, de olvidarme de él, porque, si la salud reside en el equilibrio de los distintos humores, la presencia de un mensaje o una llamada inoportuna trastocará ese orden y creará un auténtico caos, de golpe y porrazo el sol ya no me calentará, el aire puro, del que disfrutaba, se trasmutará en hedores nauseabundos, las tortolillas serán buitres que vuelan haciendo círculos sobre mi cabeza y las doradas playas, inmensos desiertos por los que deambularé como alma en pena.
Sí, eso voy a hacer. Ahora soy yo la que le sonríe maligna, el puto móvil se quedará ahí tirado sobre la mesa, silencioso, inútil, mientras yo esté disfrutando de mi armoniosa soledad. Preparo todo, cojo la bolsa y cierro la puerta de casa con estrépito, quiero que se entere de que le abandono. Llamo al ascensor. Y mientras espero, la parte más taimada de mi cerebro empieza a lanzarme mensajes inquietantes, y si te pasa algo y necesitas llamar pidiendo ayuda, y si tus padres, tus hermanos te necesitan a ti, y si el nombre que aparece en pantalla es el de quien tú sabes para decirte que te echa de menos, y si… Entro en casa, me doy cuenta de que me está esperando. Lo cojo. Saliendo del portal, me hago un selfie para ilustrar el comienzo de mi andadura y él, vengativo, me saca con cara de gilipollas. Es imposible callarlo.
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