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El humorista José Mota, buen aliado de 'nuestro' Eduardo Anitua, ha conseguido popularizar a través de las pantallas la teoría de la compensación que tiene tantos años como el mundo mismo. El cómico elevó al rango de mantra 'las gallinas que entran por las que ... salen' para explicar que ya llegará de algún modo la fuerza que amortigüe el peso de más en un platillo de la balanza. Tanto suma, lo mismo resta y resultado equivalente. Pues esa manera de interpretar la lógica del funambulismo puede aplicarse al tránsito divergente de camiones desde que la AP-1 dejó la segunda letra de 'peaje' en el baúl de los recuerdos molestos.
En cuanto se levantó la estaca rojiblanca para eludir las puertas al campo (léase asfalto), los vehículos pesados que abandonaron la N-1 pasaron a engrosar las filas de esta autopista liberada del yugo de las cabinas. 68%, 64%, términos relativos que te cocina el CIS y reafirman la popular sentencia del cómico manchego, pluma arriba o pico abajo. Cierto es que los automóviles de toda la vida o extendidos 'SUV's de ahora adelantamos más articulados que antes. Los llamamos pelmas por su lentitud sin considerar que bien que nos transportan mercancías necesarias. Escrito sea de paso. De Pancorbo, por ejemplo.
Pero no toda maniobra consecuente, como la de no pagar donde antes cobraban, se traduce en dicha perpetua. Desde que los grandotes 'invadieron' la calzada veloz hay menos sitio para las circulaciones ligeras. Viene alguien de Burgos o hacia allá marcha y puede toparse con la figura geométrica del embudo, también llamada cuello de botella.
Ese es el asunto que aún debe solventar la liberación de la vía dolorosa, la misma que ciertos sectores celebran y otros maldicen. ¿Los primeros? Pues la gente joven a lomos de su utilitario de segunda mano o tercer brazo que ahora transita por donde la cartera le negaba. ¿Los segundos? Negocios que vivían del paso y ahora quedan fuera de las ondas concéntricas. Aún recuerdo, tiempos aquellos, en que paraba uno siempre en el mismo bar de Lerma.
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