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Las reacciones suscitadas tras la detención de José Antonio Urrutikoetxea, alias 'Josu Ternera', nos demuestran, de nuevo, que todo lo que rodea a la violencia ejercida en este país sigue siendo un problema. Resulta maravilloso haber terminado con el terror de ETA, pero las heridas ... continúan abiertas; sobre todo, porque quien debiera trabajar a destajo por cerrarlas de una vez por todas no lo quiere hacer. Un portavoz de Sortu, el partido que es la continuación de quien ha sustentado social y políticamente toda la estrategia violenta etarra, agrede verbalmente a la mayoría de la sociedad cuando declara que el detenido es «un referente de la paz en el seno de la organización» terrorista. Y nadie de esa zona le corrige. Queda claro que nunca reconocerán siquiera que matar seis niños junto a sus padres fue un horror cometido por sus «gudaris». Ni idea tienen de lo que realmente fueron los gudaris, por cierto.
Decía al principio que el tema del terrorismo nos sigue doliendo, que reabre los costurones de sus heridas y que nos remueve las entrañas dañadas. ETA asesinó a más de 840 personas, pero el daño infligido es tan elevado que a nada que asomen esos recuerdos, por una detención o por un homenaje a un preso saliendo, volvemos sobre los mismos estribillos, necesariamente, porque no quedan más palabras, ya las gastamos todas. Pero las sensaciones de injusticia para con aquellos atentados y los sentimientos de rabia e impotencia ante tanta muerte inútil no se nos caducan, no se agotan. Permanecen, muy a nuestro pesar. Los medios nos reponen las escenas del terror, los hombres y mujeres ensangrentados, la destrucción absurda y dañina, así como el futuro roto y huérfano para tantas personas… y vemos al detenido anteayer como uno de los responsables de todo.
¿No hay ni una mirada de arrepentimiento de todo lo hecho? ¿No queda un atisbo de humanidad en ese hombre? Y lo más grave a mi modo de ver, ¿y en todas y todos sus fans de la izquierda abertzale? ¿No son capaces de decir que aquello fue una monstruosidad? Pues de momento, no. Por el contrario, van a ensalzar a Urrutikoetxea en un acto de homenaje a su figura y de reprobación por su detención. ¿Es que no quiere esta gente entrar de veras en los derechos humanos?
Hace un mes, durante el desarrollo de la Korrika, en la que participé, se volvió a adulterar el contenido de una fiesta en favor del euskera y de nuevo algunas personas intentaron legitimar e imponer la visión del héroe luchador, del gudari a su manera. En Pamplona, donde fue asesinado Tomás Caballero, algunos participantes -para más señas, concejales de Bildu de Berriozar- portaban el retrato de Francisco Ruiz, su asesino. María Caballero, la hija de la víctima, se preguntaba si esos concejales les ofrecerán un sillón en el Ayuntamiento cuando salgan de la cárcel. Es inadmisible enaltecer a un asesino, y más todavía frente a sus víctimas. ¿Alguien podría colocar en un bar o en una fachada la foto del asesino de la última víctima de violencia machista? No hay mito sobre el asesino machista. Sin embargo, sí hay un constructo de héroe sobre quien asesinó a Tomás, una persona que se presentó a unas elecciones, la eligieron sus vecinos y ejercía una función pública. ¿Merecía morir? Para algunos participantes de la Korrika sí, por lo visto. Mucho camino por andar todavía.
Volvemos a la detención de Jose Antonio Urrutikoetxea. Repasamos la biografía no tanto de este hombre como de todo el entorno que le promovió, le jaleó y le llevó hasta la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento vasco, el lobo aconsejando a las ovejas como se tienen qué portar. Ese era el modo de proceder habitual de la izquierda abertzale. Pero es que detrás de este grupo político hay un apoyo claro y democrático de un porcentaje nada desdeñable de la sociedad vasca. De hecho, el susodicho detenido en 1999 fue elegido concejal en su propio pueblo, en Ugao-Miravalles. El responsable de la muerte de varios niños y decenas de personas era democráticamente elegido parlamentario vasco y concejal de su pueblo. Difícil de digerir. La democracia debería tener sus límites, pero no tanto por regulación como por decisión de los votantes, más o menos concienciados con el deber de cumplimiento con los derechos humanos. Pero esta circunstancia no se ha dado en nuestra Euskal Herria, este es uno de nuestros grandes déficits éticos.
Por último, es un despropósito democrático exigir la puesta inmediata en libertad de este hombre con el único argumento de que estamos en otro tiempo, que la violencia ya acabó, tal y como han pedido también Bake Bidea y los supuestos Artesanos de la Paz. Como hemos comentado más arriba, la violencia dejó muchas heridas abiertas, mucho dolor sin restañar, si es que se puede, claro. Y alguna de estas heridas, si este detenido quisiera, lo podría hacer: con tantos años al mando de la banda podría aclarar muchos asesinatos sin resolver, la mayoría ya prescritos penalmente, pero no humanamente y que podría aliviar a muchas víctimas que preguntan quién, cómo, dónde…
Una de las víctimas de Urrutikoetxea, veinte años después de la masacre de Zaragoza, decía que les arruinaron las vidas, les habían matado a una hija y a un hermano, pero que lo que realmente les obligaba a sentirse víctimas, por mucho que quisieran dejar de serlo, es que desde una parte del País Vasco se apoyara a las personas que mataron a sus seres queridos. Resulta increíble, pero es completamente cierto. Ahora que Bildu insiste en reforzar la convivencia y el futuro, ¿serán capaces de condenar lo que ellos ya condenan cuando la víctima tiene otro uniforme?
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