La generación de los sesenta y tantos se las prometía felices, pero el virus les ha metido el miedo en el cuerpo. Algunos ya estaban viviendo el verano indio y otros se relamían pensando en viajes, deporte, amores tardíos, poesía al atardecer, todo el día ... en tejanos como cuando éramos jóvenes. Llaman verano indio a esa prórroga desde la jubilación hasta rozar los ochenta y tantos de esperanza de vida en las riberas del Mediterráneo. Los indio-americanos aprovechaban el suave final del otoño como su gran temporada de caza justo antes de que las temperaturas se desplomasen anunciando la llegada del invierno. Es como una nueva estación entre el otoño y el invierno. Coincide con el fulgor de las hojas de arces y robles y es la metáfora de una vejez reinventada por una generación que, como dice Keith Richards, de los Rolling, solo se siente vieja cuando se afeita y se mira en el espejo. Se sentía. Porque a aquellos que soñaban una primavera en otoño deseando empujar atrás lo más lejos posible las estaciones de la vida les ha aparecido un enemigo inesperado, invisible, letal.
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Toda la seguridad del Estado de Bienestar y una sanidad de tarjetas, recetas, quirófanos, al servicio de los mayores ya no ofrece la garantía de hace unos meses. La generación proteica en la que a cualquier problema físico se le aplicaba una prótesis y marchando, empieza a tener miedo. Mucho miedo. A salir de casa. A ir al hospital y a las residencias. Hasta tiene miedo a ir a las urgencias. Y el miedo impide disfrutar de la vida. Del verano indio. Ha visto con pavor cómo la pandemia se llevaba a los famosos, Falcó, Sepúlveda, Lombao. Y a los anónimos de su familia, del vecindario, de la residencia de la madre. Sin hacer distinción. Ellos eran la perfecta imagen de la eterna juventud.
Su edad parecía un dato irrelevante. Representaban esa primavera otoñal sin invierno a la vista. Pero ni la esperanza de vida prometida ni la mejor sanidad del mundo pudieron frenar la ola mortal. El joven otoñal ya no se fía. Tardará en recuperar la despreocupación de tomar un avión a Canarias con camisa de flores y coleta de canas para presumir. La edad de la mayoría de los fallecidos es un mal presagio de nubarrones en el horizonte. ¿Hasta qué edad le conviene a la sociedad invertir en los mayores? ¿No parece que la vida de todos no tiene ya el mismo valor? Los transhumanistas defensores de transformar la condición humana mediante la tecnología y de alargar la vida por progresos médicos que alteren de manera significativa la especie humana tienen mucho trabajo. Porque, mientras no se demuestre lo contrario y como decía el filósofo, envejecer es el único medio para vivir mucho tiempo.
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