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Son muchas las razones que acreditan a la canciller Angela Merkel como la líder mundial que ha pasado con nota más alta el desafío que ha supuesto la pandemia del Covid-19. Quizá las dos más destacadas sean los excelentes resultados -el sistema sanitario alemán ... no se ha visto desbordado en ningún momento e incluso ha prestado capacidad sobrante a países vecinos- y la prontitud y la claridad con las que expuso a la población lo que se le venía encima, sin paños calientes, mentiras piadosas ni una sola estimación optimista de la que se haya tenido que retractar.
Hay que valer para afrontar así una emergencia sanitaria de proporciones globales, y Merkel vale, según ha declarado uno de sus asesores científicos, el virólogo del hospital Charité de Berlín Christian Drosten, porque es una competente científica que no sólo entiende el problema, sino que también es consciente de la necesidad de explicarlo a la población de manera rigurosa y a la vez inteligible para poder defender lo que se va a hacer, por qué se hace y, si hace falta, las consecuencias de lo que se hizo.
Anticipación, claridad, determinación, responsabilidad. Lo contrario de lo que se puede apreciar en las conductas de tantos supuestos líderes que en comparación con la alemana quedan al nivel de aprendices lamentables. Respuestas tardías, confusas, inconsistentes -o directamente contradictorias- y empeño en traspasarle la factura de los destrozos a cualquiera que pase por ahí, desde los chinos a un asesor atolondrado. Produce sonrojo poner la actuación de Merkel al lado de los bandazos de Trump o Boris Johnson -que ha reaparecido transformado en adalid del cerrojazo al que hace nada se negaba para buscar la inmunidad de grupo o rebaño, aceptando las muertes que costara-. Pero tampoco otros aspirantes a líder mundial como Macron, pese a sus aspavientos cesaristas, salen muy favorecidos. Nadie tiene el temple, la lucidez y la resolución de una mujer a la que la crisis pilló preparando su retirada, y a la que parece muy difícil que ahora nadie se atreva a reemplazar. Le guste o no, le va a tocar seguir al timón al menos hasta que pase lo peor de la epidemia: y no sólo de Alemania, sino de una Europa que en este envite se juega su ser o no ser, su necesidad o su total irrelevancia.
Por cierto, que si después de todo esto Europa logra ser y no disolverse en la nada, no hay muchas dudas de quién sería la candidata más indicada para ocupar una presidencia real de la UE. Nadie estaría, ni de lejos, en condiciones de disputársela.
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