Mascarilla constante

Ayer, tres meses después, la consejera de Salud anunció que el uso de mascarilla es obligatorio en todos lados. En la calle, los centros de trabajo, las terrazas o las piscinas. La medida llega cuando preocupan mucho los repuntes de contagios y la opinión pública respalda, no solo el uso de la mascarilla, sino también la sanción para el que vaya sin ella. Lo curioso es que llevar mascarilla ya era hasta ahora bastante obligatorio. Entre los vascos se había extendido sin embargo la sospecha de que con lo del coronavirus se exageraba. Como si se nos hubiese olvidado lo que llegó a pasar en las UCI. O como si cualquiera no pudiese entender que otro confinamiento sería un tremendo golpe psicológico, además del golpe de gracia sobre una economía malherida.

Preocupan especialmente los más jóvenes. Es verano, han recuperado la libertad y se juntan como jóvenes que son, de un modo numeroso, endogámico y despreocupado. El problema es que luego regresan a sus casas y conviven con padres, hermanos y abuelos. Esa secuencia cotidiana puede ser aprovechada por el virus como un trampolín funesto. El Gobierno vasco ha prohibido las reuniones en lonjas y también que se beba en la calle. Es algo que hacen también quienes no son ya tan jóvenes. A ese respecto, tras el confinamiento hemos demostrado ser una sociedad disciplinada, pero del modo equivocado. En los rótulos de los noticiarios a veces hay un desliz y se sitúan unas imágenes de Euskadi en el «País Vaso». Visto lo visto, no se sabe si es una errata o un hallazgo.

Roger Torrent señaló ayer al CNI como responsable del espionaje del que fue objeto, a través de su móvil, en abril y mayo de 2019. El presidente del Parlament anunció que va a pedir responsabilidades. Hace bien. Es inadmisible que se espíe el móvil de la gente. Si eres de un servicio de inteligencia, lo inadmisible es que te pillen. Por lo demás, recuérdenlo: nada de información delicada por el móvil. Seguro que lo graban todo. ¿Quién? Pues todo el que puede. Yo lo que hago es crearles confusión a los espías añadiendo un extra misterioso a mis mensajes rutinarios. «Lamento el fallecimiento de tu padre», escribo por ejemplo si debo dar un pésame. Y añado: «El cowboy llega a Tel Aviv». Desde que sé que Pablo Iglesias accede a la información sensible, intento ponerle algo también a él. El típico mensaje para quedar con los amigos: «El sábado comida en mi casa». Pues lo mejoro: «Traed vino. Alberto Garzón es de la CIA».

Arnaldo Otegi ha descubierto cómo ha sacado Vox el escaño por Álava: les han votado un montón de guardias civiles a los que hay que expulsar del país. Hay que hablar claro: el problema en Euskadi es el voto secreto. Sería mucho más práctico que cada ciudadano le dijese a Otegi lo que piensa votar, de modo que el líder de Bildu pudiese otorgarle el derecho a hacerlo o desterrarlo en caso contrario y declararlo fascista con un certificado del prestigioso Instituto Otegi de Pluralismo, Innovación y Convivencia. La Noruega del Cantábrico. El sueño de Mandela.