
Y esto cómo lo cuento
La violencia es materia prima para la literatura, pero lo de Badajoz redefine el término
Marta San Miguel
Lunes, 17 de marzo 2025, 00:14
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Marta San Miguel
Lunes, 17 de marzo 2025, 00:14
Hace unos días, recibí la invitación de una institución cultural para participar en una ponencia sobre la violencia en la literatura. Hablaría con un escritor ... que tiene una obra sombría, dura, de muertes tan espléndidas y bien contadas que te replanteas si no eres tú mismo un malvado más. El objetivo sería debatir cómo escribir o describir la violencia y de qué forma la literatura actual retrata eso, lo violento, lo grotesco, lo pérfido, lo gutural que nos ruje a todos en algún momento del día. La maldad no es una cualidad de perturbados, sino de los cuerdos, y eso es precisamente lo que más me asusta de la violencia, la razón por lo que me resisto a pisar ese empedrado cuando escribo. Por eso precisamente dije que sí a la invitación.
¿Ustedes leen libros violentos? Consumimos películas y series en los que la violencia física, verbal o emocional es lo fundamental de la trama; en la pantalla, es una proyección, algo que ves y tragas, o cierras los ojos, los apartas, sentado en el sofá. Pero en los libros lo percibo distinto: lo que lees se construye lentamente entre tus sienes, se acomoda en el gaznate, vas notando cómo te aprieta el esternón hasta que la imagen se apodera de tu aliento, te ocupa toda la frente. Cierras el libro. Pero la imagen del mal se ha quedado ahí adentro. Tatuada. Me acaba de pasar con 'Crisálida', del escritor granadino Fernando Navarro. Sé que recordaré siempre ciertas imágenes violentas porque están contadas con una suavidad implacable. La protagonista es una niña que aparece en un sanatorio y empieza a recordar la experiencia que ha vivido con sus hermanos y sus padres en el bosque donde les llevaron a vivir; lejos de ser un carrusel de atrocidades, la brutalidad en la novela es comprensible, incluso dulce.
Hay algo lisérgico en la violencia de ficción, pero cuando abrí el periódico y leí lo de Badajoz, redefiní los términos de mi ponencia. Los escritores pueden elegir qué hacer con sus textos, pero si la realidad te dicta el argumento no basta con apartar los ojos. El asesinato de una educadora social a manos de tres menores, el modo de quitarle la vida a la persona que precisamente se encargaba de cuidar de ellos... al segundo módulo del texto tuve que parar de leer. Hay más violencia en las páginas de un periódico que en una novela de Conrad o Stephen King, que se lo digan a Carrère o a Capote, y no solo porque es real, sino porque es inadvertida, nos rodea, nos sorprende como un zorro al cruzar la carretera en plena noche: recursos que no llegan, denuncias desatendidas y una ristra de errores que acabaron con la vida de una mujer de 35 años no es solo violencia, es algo peor que no sé cómo contar.
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