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Hace apenas unos días el AIC de Amorebieta -el centro impulsado por la Diputación de Bizkaia para apoyar a la industria del automóvil- inauguraba un ... nuevo edificio, dedicado al albergar algunas experiencias ligadas a lo que, se intuye, puede ser el futuro de la movilidad y también de la industria del automóvil. En concreto, contiene ya un centro de desarrollo de inteligencia de control ferroviario de la mano de CAF -trata de reproducir y perfeccionar el funcionamiento de una red de metro sin intervención humana-, así como una fábrica de componentes de automoción totalmente robotizada. Un experimento de Gestamp.
Un alto responsable de Gestamp admitía que «aún queda algún tiempo hasta que ese concepto de la fábrica totalmente robotizada pueda ser una realidad», pero sin duda se está ahora más cerca de lo que se estaba hace apenas una década. En síntesis, es un espacio lleno de robots, máquinas que sueldan y conforman chapa, almacenes de utillajes automatizados y carretillas autónomas que transportan piezas y utillajes de un lado a otro. Todo sin intervención humana directa. Todo programado con unos y ceros, con máquinas que hablan entre ellas y se ponen de acuerdo en milésimas de segundos -sin largas y tediosas reuniones de negociación- y convierten la fábrica en un escenario un tanto extraño. No es una película, está ahí, a la vuelta de la esquina.
Lo cierto es que la eliminación del factor humano en la producción no es el principal objetivo que persiguen los impulsores de la automatización, aunque tampoco hay que perderlo de vista. Argumentan -y el razonamiento tiene peso-, que una fábrica flexible de este tipo reduce de forma considerable las inversiones que hay que realizar. Y es que en la industria del automóvil, cada vez que un fabricante de piezas se embarca en el proyecto de un nuevo modelo tiene que plantearse hacer una fábrica nueva, con máquinas específicas para ese tipo de piezas y también para ser capaz de atender el punto de mayor demanda a lo largo de la vida de esa serie. En definitiva, la inversión siempre está engordada en exceso para ser capaz de atender esa meseta de la curva de demanda, aunque en su vida útil habrá valles e incluso alguna que otra sima. En el concepto de fábrica flexible que desarrolla Gestamp en el AIC, además de la ausencia de empleados también cobra una importancia decisiva la posibilidad de coger una parte de la misma, llevártela a otra parte sin demasiado esfuerzo y ponerla a funcionar en la producción de piezas completamente distintas.
Y también es verdad que el ser humano no desaparece del proceso porque alguien tiene que diseñar y fabricar los robots y también hace falta personas para diseñar la fábrica y programar los unos y los ceros que permitirán su funcionamiento armónico. Ahí es donde tenemos que comenzar a preocuparnos, porque es precisamente el tipo de profesionales que faltan en el País Vasco y también el que más nos cuesta atraer.
Por cierto, la fábrica experimental no tiene trabajadores… pero tampoco sindicatos. Aviso a navegantes.
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