El mantra de los empresarios americanos
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Los grupos de presión parece que empiezan a abrazar los principios de la RSC y la inversión de impactoDecía el sabio Heráclito de Éfeso que 'nada es, todo cambia', ley universal ante la que no cabe sino rendirse sin condiciones.
Sucede que, a mediados de agosto pasado, la organización americana 'Business Roundtable', un lobby empresarial que cuenta con 15 millones de empleados, unos ... ingresos anuales superiores a los 7 billones de dólares y que congrega a los presidentes ejecutivos de 181 multinacionales, desde Amazon hasta Xerox, Walmart, Apple, Exon, AT&T, Ford, JP Morgan Chase y otra muchas más, ha publicado una declaración en la que asume un cambio revolucionario en la misión de las corporaciones.
¿En qué consiste la aparente mutación copernicana en el propósito de la empresa, propugnada por Business Roundtable?
Para entenderla en sus justos términos es preciso remontarse a la inveterada tradición americana y occidental que sitúa la primacía del beneficio, esto es, la maximización del retorno a la inversión de los accionistas en el centro de la misión de la empresa privada. Esta tradición hunde sus raíces en la filosofía subyacente a la revolución industrial de la segunda mitad del siglo XVIII hasta mediados del XIX. Pero adquiere su anclaje intelectual en la doctrina del Nobel Milton Friedman. El gurú de la llamada escuela de Chicago consagró la tesis de que «la responsabilidad social de una empresa consiste en incrementar sus beneficios». Punto. La avaricia es buena y eficaz como instrumento social a través del llamado 'efecto derrame' que transmite riqueza a toda la cadena productiva y de consumo, de forma espontánea y natural.
Pues bien, rompiendo el discurso defendido durante más de 20 años, el poderoso lobby americano ha ampliado la misión de las compañías al cultivo y favorecimiento de otros grupos de interés (stakeholders) como son sus empleados, sus clientes y las comunidades circundantes. En un comunicado tan escueto como solemne el lobby estadounidense se compromete a: a) Otorgar valor a los clientes; b) Invertir en los empleados. c) Tratar de manera justa y ética a los proveedores; d) Apoyar a las comunidades del entorno; e) Generar valor (no beneficios) a largo plazo para los accionistas, que proporcionan el capital indispensable a las empresas para invertir, crecer e innovar. Un panegírico oficial que, en principio, merece un cortés aplauso de bienvenida.
Aunque la innovación no es tal ya que la idea de base goza de una dilatada tradición dentro de los movimientos de Responsabilidad social corporativa (RSC) o de 'Inversiones de impacto' ('Impact investing'), y no puede catalogarse, en consecuencia, de disruptiva, la oficialización del prontuario empresarial americano agrega una cierta importancia teórica al paradigma en el que las instituciones privadas conceden una importancia equivalente al impacto social y al impacto financiero a la hora de la asignación de los recursos. Interpretado en su literalidad, accionistas, consumidores, empleados y comunidades deberían poder exigir a los empresarios y a los ejecutivos pruebas regulares de que generan valor de una manera congruente con el bien común.
Pero ¿se trata de un interés transformador? Adam Smith ya advertía en 'La riqueza de las naciones' que el carnicero y el verdulero sonreían efusivamente a sus clientes con el solo objeto de atraer las compras de estos a sus establecimientos y no porque los compradores les resultasen particularmente simpáticos o respetables. Para no reducirse a una mera táctica, el manifiesto de 'Business Roundtable' deberá demostrarlo con los hechos. Como lo hizo Henry Ford a principios del siglo pasado duplicando los salarios de sus empleados, afirmando que «la más valiosa utilización del capital no consiste en hacer más dinero, sino en hacer que el dinero colabore más a la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos».
La gran duda que sobrevuela a este tipo de declaraciones universales es su grado de vinculación y realismo. Dado que los intereses de accionistas, empleados, clientes, proveedores y comunidad limítrofe no siempre serán coincidentes y en ocasiones serán contradictorios, ¿quién establece las prioridades y cómo se dirimen los conflictos? Tampoco cabe olvidar que, si se espanta al accionista, que es quien arriesga el capital, sencillamente no habrá empresa.
Es obvio que, para conferir quilates a esta clase de idearios, y superar la palabrería, hay que dar el difícil salto del papel y el discurso al compromiso vinculante y a las regulaciones.
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