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La serie muestra cuatro fotos de Pedro Sánchez sentado, con los brazos sobre las rodillas y la camisa blanca con las mangas recogidas hasta el codo. Hablan las manos: se abren, se cierran, se juntan, se separan. No hay rostro, toda la composición se centra ... en estas extremidades que pretenden ser elocuentes, que se nos ofrecen cargadas de sentido, portadoras de un significado favorable, positivo, benefactor. He aquí alguien que viene a echar una mano, parecen decirnos. Alguien que se pone manos a la obra. Que trae las manos limpias y se dirige a nosotros con la mano en el corazón para decirnos que estamos en buenas manos. Como en el poema de Aleixandre, ha venido a entregarnos sus manos tibias, sus delicadas manos silentes. Pero por si aún quedaban dudas se añade un pie de foto, redactado en la mismísima Moncloa, para darnos la lectura ya hecha que despeja cualquier problema de interpretación: «Las manos del Presidente marcan la determinación del Gobierno». Es el discurso político sustituido por el discurso de las manualidades. Para qué explicar las cosas si todo puede decirse en el lenguaje corporal de la prestidigitación y de las sombras chinescas. Antes, la tendencia a confundir lo esencial y lo accesorio solía venir ilustrada por un adagio de Confucio: «Cuando el sabio señala la luna, el necio mira al dedo». Ahora las relaciones se han invertido y toca mirar a los dedos porque la luna tal vez está demasiado lejos, o porque la sabiduría se ha refugiado en los detalles. Se ve que la factoría Redondo trabaja a conciencia. Al Sánchez innegablemente acertado de las primeras decisiones políticas empieza a superponérsele un Sánchez de escaparate que un día nos presenta a su mascota, al siguiente corretea por el jardín del palacio presidencial y al otro posa con gafas oscuras en su avión oficial como si fuera la reencarnación de Kennedy en busca de una portada del Newsweek. Es la política de las apariencias, desde luego. Un terreno en el que salta a la vista que Rajoy habría sido derrotado por fuera de combate. Pero la velocidad vertiginosa de la época ya hace tiempo que enterró a Rajoy en la fosa del olvido y por el momento Sánchez no se enfrenta a ningún rival al que deba vencer con el recurso a la estética, ni está apremiado a actuar en ninguna campaña que le obligue a cosechar el voto de los cautivados por su donaire. Si el Gobierno actúa con determinación es algo que no corresponde demostrar a las manos de sus presidente, sino a los hechos. Porque las manos pueden simbolizar la resolución, el sentido práctico, la disposición al diálogo incluso. Pero también la rica fraseología del castellano recurre a la mano en expresiones como «meter mano», «traerse entre manos» o «tener las manos largas». Y no se olvide que de mano deriva la palabra manipulación.
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