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Tenemos mala suerte. Vivimos tiempos de zozobra política y de incertidumbre económica. No acabamos de cerrar el modelo de Estado que algunos se empeñan en dinamitar; otros se afanan en que vivamos acosados por los recuerdos, los remordimientos y las venganzas de la contienda civil ... que acabó (?) hace 80 años mientras que convivimos con tres millones de personas que no encuentran trabajo, justo ahora que la economía se desacelera. Fuera, en el mundo, pasan cosas extrañas, como que los paladines del capitalismo, los EE UU, se vuelvan proteccionistas, mientras que el partido comunista chino se disfraza del defensor del libre cambio. En Europa, el éxito político y la estabilidad económica que trajo la Unión han dado paso al desconcierto del Brexit, al crecimiento incontrolado de los populismos y a la aparición de unos líderes cuya talla no sobrepasa la miniatura.
¿Ha oído hablar de eso en los debates? No, los cuatro líderes que, con mayor o menor convicción, se ofrecen a dirigirnos a lo largo de los cuatro próximos años han dedicado sus esfuerzos a captar nuestro voto por el original sistema de insultarse; iluminar lo peor del pasado de los contrincantes y oscurecer sus logros; acosar y lanzar basura sobre el oponente.
Tenemos mala suerte porque nos toca elegir a quien va a dirigir la sociedad española y aliviar sus problemas entre cuatro personas escasamente preparadas, poco solventes intelectualmente y con unos currículos profesionales que oscilan entre la irrelevancia y la inexistencia. Y si incluye al quinto, solo conseguirá bajar la media. Despójese por un momento de las filias ideológicas y de las fobias personales y juzgue si Santiago Abascal da la talla frente a Manuel Fraga; Pablo Casado frente a Mariano Rajoy; Albert Rivera frente a Adolfo Suárez; Pedro Sánchez frente a Felipe González y Pablo Iglesias frente a Santiago Carrillo.
Los de antes eran seres imperfectos pero tenían cierta grandeza y altura de miras, además de haber hecho cosas antes en la vida (no todas buenas por cierto). Estos de hoy reptan y cuando preparan sus mítines se topan con diez insultos por cada idea que encuentran. Hemos oído muchas promesas y proclamas pero muy pocas medidas -pocas, siendo generosos-, concretas que sean a la vez creíbles y eficaces.
Pero hay una razón para el optimismo. El futuro del país no depende de ellos, depende de usted. Y esa constatación alivia mucho. Por eso, vaya a votar el domingo. A quien quiera. No hacerlo es mucho peor.
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