
Durante mi paseo cotidiano se me ha ocurrido tomar unas notas a lo Rousseau. Este llevaba una baraja de naipes, pero yo he utilizado el ... teléfono móvil. El tema no podía ser más rousseauniano, pues a esa cuestión le dedica el cuarto capítulo de sus 'Ensoñaciones'. En realidad mi reflexión se inspira en un viejo proyecto de Javier Echeverría que siempre me ha cautivado y le animo a desarrollar. Su propósito es el de seleccionar a ciertas figuras clave en la historia del pensamiento y asignarles el papel de una figura del ajedrez. En ese singular tablero, unas piezas defenderían los colores de la verdad y sus oponentes abogarían por la mentira. Al recordar esta sugestiva idea y ponerme a pensar en la dicotomía misma, he decidido por mi cuenta y riesgo que las piezas defensoras de la mentira deberían ser blancas. No sólo por su obvia ventaja de partida, sino también para evitar un fácil maniqueísmo cromático, que pudiera tender a identificar la blancura con lo bueno y viceversa.
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La cuestión es más peliaguda de lo que pueda parecer a primera vista. Ya señaló Schopenhauer que no engañamos a nadie tanto como cada uno lo hace consigo mismo, pues nada tememos más que conocer nuestras auténticas motivaciones. Nuestro comportamiento va desmintiendo la imagen del autoengaño que tan meticulosamente nuestros auto-relatos van forjando sobre nosotros mismos.
Baroja sabe glosar como nadie a Schopenhauer en 'El árbol de la ciencia'. Para ir tirando hay verdades que más vale no conocer o que al menos conviene posponer. El individuo sano no ve las cosas como son porque no le conviene, pues necesita de la ficción y debe acumular las dosis de mentira que necesita para vivir. Como verbigracia la de que Tanatos es nuestro Alfa y Omega, pese al culto a Eros que nos corresponde hacer cuando rebosamos energía, como bien sabía por otra parte Freud.
Al pobre Maquiavelo se le tiene por un campeón indiscutible de la mendacidad cuando es justamente todo lo contrario, ya que su obra opta por desvelar sin pudor la crudeza de cuanto suele rodear al poder en su acceso y mantenimiento. Una cosa distinta es que para hacer triunfar esas verdades deba recurrirse al disimulo, la perfidia o la mera hipocresía.
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Kant pasa, sin embargo, por ser el adalid contrapuesto a Maquiavelo y desde luego hay textos que pueden avalar este tópico. Pero no desdeña en absoluto la hipocresía social, pues a su juicio hace la convivencia más amable y por añadidura puede acabar acostumbrándonos a comportarnos como lo haríamos conforme al deber.
A Kant siempre le cabía la duda de que nuestra introspección fuera imperfecta y se nos colaran de rondón motivos más inconfesables que pasaran desapercibidos. Un tendero honrado que cobra lo justo no deja de perseguir su propio interés para no ahuyentar a la clientela, como si no pudiese haber negociantes cabalmente contentos con su equidad. Aunque a Kant no le parecía mal mentir al caco que nos pretende robar la cartera, en cambio le parece fatal no ser veraz con el asesino que pregunta por el amigo refugiado en la propia casa para matarlo.
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Pero acaso sea Rousseau quien se lleve la palma en este concurso porque, a su juicio, cabe mentir por vergüenza, como él mismo hizo al acusar de un robo a la chica que le gustaba o al renegar de sus cinco hijos abandonados en la inclusa. Paradójicamente con sus 'Confesiones' y sus 'Ensoñaciones' pretende mostrarnos la naturaleza humana tal cual es, desnudando su alma en público.
Saber que nos vamos a morir no tiene por qué ser algo bueno de suyo. Ignorar determinado diagnóstico aciago podría hacernos remontar la enfermedad gracias a un mejor estado de ánimo. En general hay cosas de las que más vale no enterarse por aquello del corazón que no siente. De ahí que se hable, por ejemplo, de mentiras piadosas y se califique de rudas a las verdades del barquero.
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Quienes padecen el síndrome de asperger no caen muy simpáticos al ser incapaces de tener doblez alguna y regurgitar directamente cuanto se les pasa por las mientes. La sinceridad por lo general es poco amable. Una cosa es decir lo que se piensa sobre asuntos públicos y apechar con las consecuencias del disenso, llegado el caso, y otra muy distinta no hacer amistades al dispensar sinceridad a borbotones.
Sinceramente, con la mano en el corazón, ¿jamás han dicho alguna mentirijilla y hasta han dado por bueno hacerlo así? Esa partida de ajedrez a que aludíamos al comienzo podría terminar cuando menos en tablas. Pero siempre habrá un peón que corone y devenga reina o la pieza que más convenga. ¿De qué color sería? Eso debe decidirlo cada cual en uno u otro momento al socaire de las circunstancias. Aunque siempre nos cabe releer a Spinoza, sin duda el autor más útil para develar cualesquiera misterios o dirimir no importa qué dilemas.
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