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Al Gobierno no parece preocuparle lo más mínimo la situación, se limita a dar cifras que le vienen bien

Jueves, 15 de febrero 2018, 00:28

Nos hemos ido convenciendo de que para el bienestar de todos los empresarios son indispensables; de que llenar a rebosar sus arcas nos dejará algunos céntimos de limosna. En algunos casos, no lo dudo, en otros, sospecho que la necesidad y prisa por ganar dinero ... los haya ido convirtiendo en otra cosa, más cercana a la mafia que a la creación de riqueza colectiva. La costumbre durante años de ganar dinero rápido, sin esfuerzo y sin más inversión que la comisión a corruptos, ha roto en gran medida el tejido empresarial serio; es decir, el que produce, se preocupa por su empresa y por el país, por invertir en renovación e investigación… Lo que resta son empresarios en busca de una ley laboral capaz de permitir el despido libre, la coacción a los obreros con la amenaza de cerrar para que no luchen por sus legítimos derechos, los sueldos de miseria y la temporalidad, la desigualdad salarial y la falta de planes que permitan a las trabajadores continuar siéndolo y poder tener hijos... Todo aquello que va en contra de la propia empresa y de la sociedad de consumo donde habitan. Para más recochineo, se buscan los resquicios de ingeniería financiera capaces de permitirles no pagar solidariamente sus impuestos y presionan para evitar que la fiscalidad sobre ellos sea distributiva. Pero además nos encontramos con tipos que ensucian a sus compañeros cuando ni se preocupan por pagar impuestos, ni por la salud de sus clientes, ni por la salud del planeta. La industria alimentaria, esa que nos afecta a todos, está en manos de grupos a quienes ni les importa la salud animal, ni la de los consumidores; los banqueros capaces de romper las mínimas leyes éticas para convertirse en un problema global; las empresas de ‘residuos’, las que deberían librarnos de la basura de todo tipo que nos contamina a nosotros y al planeta, no sólo lucen más agujeros que una malla sino que terminan devorando el territorio: ríos y ecosistemas que desaparecen junto a los modos de vida de los vecinos; subsuelo contaminado para siglos, no para décadas; actos lúdicos convertidos en trampas mortales por no invertir en seguridad… No se puede decir que estos sean los empresarios modelos para defender el sistema donde nos encontramos. Verlos en el banquillo de los acusados, ni nos alegra, ni los redime, tan sólo deja patente ese modo de actuar contra todos. Para colmo, a nuestro gobierno no parece preocuparle lo más mínimo la situación. Se limitan a hablar de macroeconomía, de cifras que a ellos les vienen bien, y del desierto que van dejando ni una palabra. De los miles de personas, españoles también, que se ven abocados a la miseria, tampoco. Y, para colmo, aún hablan de reducir la cuota a la Seguridad Social que han de aportar los empresarios, bajar el impuesto de sociedades, o de crear una ayuda desde el Estado que complemente los sueldos, todo lo cual redundaría en la impunidad empresarial de quienes no deben llamarse empresarios.

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