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La plaza de Antonio Machado de Sabadell es un pequeño triángulo en pendiente, sin coches ni comercios, con dos bancos y media docena de árboles rodeados de casas de poca altura. Una plaza humilde como el sueño de un bendito, de esas a las que ... el nombre les cae por inspiración de un arrebato cultural pasajero o por la necesidad de ganar con la placa una dignidad que no le han otorgado ni la estética ni la situación en el trazado urbano. Así que en el alboroto de estos días a cuenta de su denominación partimos de una paradoja: lo que en realidad debería habernos molestado a los machadianos no es que se haya propuesto quitarle el nombre, sino que en su día hubieran confinado a Machado a un lugar tan pobre. No es un alto honor para el escritor, pero quizá tampoco él habría pretendido algo más señorial en una Cataluña que en 1938 lo vio pasar camino del exilio, ligero de equipaje. Eso no quita para reconocer la necedad del historiador que ha sugerido el borrado, que no solo afecta al poeta sevillano sino que se extiende a Velázquez, Quevedo, Goya, Bécquer, Garcilaso, Lope de Vega y unos cuantos anticatalanistas más.
Cataluña se precipita día a día por la pendiente de un realismo mágico que sin duda dará sus buenos frutos literarios en un futuro no lejano, pero que de momento nos está llevando de sorpresa en sorpresa. El conato de purga contrasta con el empeño de algún otro historiador por demostrar documentalmente el origen catalán de varias glorias de las letras hispánicas, desde Cervantes hasta Santa Teresa.
El dilema cultural de la parte desquiciada catalana reside en que por un lado quiere apropiarse de los escritores españoles, catalanizarlos, adoptarlos, y por otro apunta a expulsarlos. Machado se queda, ha declarado finalmente el alcalde de la ciudad vallesana en un gesto de magnanimidad inspirado no se sabe si por la cordura o por la protesta de la afición. Esta vez no hay criba, pues, pero el empujoncito ya está dado. No vale decir, como ha hecho el alcalde, que el informe no es vinculante. Desde el momento en que fue encargado, la intención de purga era manifiesta.
El historiador Josep Abad se ha limitado a aportar argumentos a una conclusión fijada de antemano. Antes de su concurso ya alguien había echado a andar por el callejero el concepto de persona non grata, a la espera de los nombres en que recayera más tarde y del barniz técnico que siempre dan los informes. El atropello no consiste tanto en borrar a Machado como en la materia con la que está hecha la goma de borrar. Se ve que esto de quitar y poner nombres a las calles tiene algo de orgásmico. Te pones a cambiar placas y por lo visto engancha. Debe de dar, no sé, una sensación de poder elevada, una ilusión de estar poniendo orden en el mundo, de dictar sentencia sobre la historia, de configurar la vida de la gente. Un placer reservado a los elegidos.
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