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Uno desearía que cuando esta columna vea la luz la atmósfera política haya vuelto a la sensatez. El paso del virus al fango nos hunde en la angustia y convierte la política en un espejo negativo del ethos democrático. La combinación de tacticismo, histrionismo, histerismo ... y malas formas resulta funesta para la racionalidad y la racionalidad es el principal problema político porque condiciona el modo de abordar los demás. De modo esquemático aquí se apuntan tres órdenes de problemas: atribuciones, expectativas y deberes.
La atribución es un factor fundamental, sin una correcta identificación del porqué de las cosas las conductas humanas resultan erráticas o disfuncionales. La pandemia remite a una causa no atribuible, un factor coyuntural sobrevenido. Por eso no valen ahora los criterios convencionales. Cuando el foco debería estar en cómo abordar ese punto se ha trasladado a otro, la pelea de gallos donde lo que importa es encontrar el mejor proyectil contra el adversario. En este contexto la valoración y la crítica no tienen que ver con la sustantividad de lo que se debate sino con la filiación política del emisor. De aquí, una recomendación elemental, una especie de falsación ética: ¿Cómo juzgaríamos la decisión 'x' si viniera de 'a' en vez de 'b'? Si nos centramos en la relación agonística entre 'a' y' b' estamos en el barrizal maniqueo. Si la democracia es un ecosistema de llanura, la geografía arriscada desde la que se lanzan las soflamas convertirá la llanura en potencial páramo y pasto de llamas.
Precisamente cuando necesitamos un buen baño de realismo para remodelar el contenido de nuestras expectativas. El que el impecable césped del jardín familiar no haya dejado algún sitio para las hortalizas es un síntoma de la incapacidad de calibrar la dureza de lo que advendrá. Es también una metáfora. Tendremos que aprender el alfabeto para leer lo que está por llegar. No podremos mantener nuestros niveles de bienestar, nuestro césped inglés. Caminamos hacia una normalidad menguante, cuya pendiente será más o menos brusca precisamente en función de la competencia conjunta de políticos y ciudadanía para hacerle frente. Tendremos que vivir con menos, tendremos que pensar en formas de racionamiento (literal y figurado), en prescindir de prácticas que se habían instalado en la rutina. Y tendremos que hacerlo más quienes disponemos de margen para ello, forzando el principio de relatividad que rige estas apreciaciones. Esas colas del hambre de estos días, esas miserias que no se ven todavía, los miles de parados que sobrevendrán… obligan a un ajuste radical de nuestras expectativas, que si no se realiza de una manera prudencial convertirá a una parte de la ciudadanía en ciudadanos de segunda (vidas superfluas) y a otra o parte de la misma en carne de cañón de los populismos (salario psicológico).
Y con esto llegamos a los deberes. En el segundo semestre de año pasado (encuesta del INE), la mitad de los empleados públicos menores de 40 años eran temporales. Algunos de ellos han estado sudando estos meses en los hospitales. Y volverán al paro y la precariedad. Este dato para ilustrar que entre las prioridades figura la de un pacto social equitativo. España está cuatro puntos del PIB por debajo de la media de la UE en recaudación pública, a lo que hay que añadir una pauta contrarredistributiva de la política fiscal que se completa con altas tasas de fraude y evasión. En datos que recordaba Andoni Unzalu para Euskadi, entre 2007 y 2019 el IVA ha aumentado el 25%, el IRPF el 34% y el Impuesto de Sociedades ha bajado un 36%. El imperialismo de la racionalidad económica que ha destronado a la política e invertido la relación fines-medios. A los ciudadanos nos corresponde asumir las autolimitaciones correlativas a la vez que impulsar una política fiscal que recupere la progresividad de la posguerra.
Pero lo más determinante tiene que ver con las actitudes, con el empeño por hacer habitable un país para todos, sin patrimonialización de banderas, sin exiliados interiores ni huérfanos civiles, sin polarización montaraz. Ese 'Abrazo' de Juan Genovés, tan en disonancia con los tiempos políticos. O las lecciones de dos figuras que nos recuerdan nuestro cainismo de ayer, el de las dos Españas. Decía el maestro Juan de Mairena: «Si se tratase de construir una casa, de nada nos serviría que supiéramos tirarnos correctamente los ladrillos a la cabeza. Acaso tampoco, si se tratara de gobernar un pueblo, nos serviría de mucho una retórica con espolones». Cuarenta años después replica su sentir quien antaño se encontró del otro lado, Laín Entralgo: «A mí dadme, os lo ruego, españoles sin trampa ni disfraz. Los que sin mesianismo y sin aparato trabajan lo mejor que pueden en la biblioteca, el laboratorio, el taller o el pegujal. Los que saben conversar, reír o llorar con sencillez, y a través de sus palabras, sus risas o sus lágrimas os dejan ver, allá en lo hondo, esa impagable realidad que solemos llamar 'una persona'».
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