Línea caliente

ESPIONAJE ·
El signo de estatus ya no es tener un teléfono de última generación sino tenerlo pinchado

Pablo Martínez Zarracina

Sábado, 23 de abril 2022, 00:03

Desde los famosos del 'Sálvame' hasta los políticos independentistas catalanes, pasando por el Bajo Mano Parejas: Luceño-Medina a un lado del cuadro; Rubiales-Piqué, al otro. A toda esta gente principalísima les han sacado información del móvil, demostrándose así que el signo de verdadero ... estatus no es ya tener un teléfono de última generación sino tenerlo pinchado. Quizás siempre fue así. «Terrorismo telefónico», dijo Txiki Benegas cuando salieron aquellas conversaciones suyas en las que se refería a Felipe como «Dios» y a Solchaga como «el enano». Puigdemont ha calificado ahora lo de los teléfonos del independentismo hackeados con tecnología israelí como «GAL digital». Así es difícil tomarse las cosas en serio. Quizá por eso nadie parece creerse los ultimátums de Esquerra y Meritxell Batet les dice a los parlamentarios presuntamente espiados que ella no va a investigar gran cosa, pero que si quieren les pueden revisar los móviles los informáticos del Congreso. Es la clase de ofrecimiento que te tranquiliza cuando crees que quien te espía es el Estado. Eso, por supuesto, es inadmisible. Lo dice hasta el 'Washington Post', lo que favorece que el independentismo catalán concluya al instante, con su conocida modestia: 'Watergate'. Verle la viabilidad al símil es pasar por alto que tú mismo apoyas a Richard Nixon.

Pero queda claro que el espionaje está a la orden del día y que es especialmente grave porque hoy los teléfonos no son solo instrumentos para establecer conversaciones, sino núcleos de intimidad, repositorios de conciencia. Peores que las llamadas pueden ser las fotos, los vídeos, los historiales de navegación. A partir de ahí, una opción es tener muchísimo cuidado. La otra es dar espectáculo. Que no haya llamada o mensaje sin su revelación escandalosa, su anatema irreproducible y sus referencias crípticas («Lo de Bangkok, adelante: el unicornio va a la jaula»), que la agenda de contactos esté llena de famosos, gánsteres y personajes históricos muertos y que la búsqueda de Google más sencilla combine ritos satánicos, letras de Andy y Lucas e inquietudes sobre agalmatofilia. Que hasta el espía se asuste al verlo, quiero decir. Y que el filtrador se indigne por el lado deontológico: «Esto ya no, hombre. Esto es demasiado».

UCRANIA

Segunda fase

Un general ruso reconoció ayer que el objetivo de la segunda fase de la operación especial es controlar territorialmente el sur de Ucrania. Y punto. De lo de la desnazificación ya no va quedando rastro. La parte occidental de Ucrania ha debido de desnazificarse sola. Ojalá saliese otro general ruso igualmente sincero que preguntase cómo puede ser que occidente parezca tener en cuenta lo que Rusia dice en vez de lo que Rusia hace. Por ejemplo, llenar una fosa en Mangush con miles de cadáveres. A pocos kilómetros de allí, las tropas chechenas de Ramzán Kadyrov, el dictador con botas de Prada, celebraban ayer la caída de Mariúpol. Rusia asegura que la ciudad portuaria está ya en su poder, mientras la población que ha podido escapar asegura que de Mariúpol no queda nada. Solo ruinas. Y un millar de civiles que, atrapados en la acería de Azovstal, aguardan su destino mientras Europa mira.

COVID

Remascarillar

Llevamos tres días sin que el uso de mascarillas en interiores sea obligatorio y ya hay dos comunidades, Asturias y Cantabria, que instan a dar marcha atrás. Y remascarillar. No es un capricho. Los datos epidemiológicos son malos y temen que afecten a unos sistemas sanitarios que intentaban recuperar el ritmo de asistencia habitual más allá del covid. En Asturias vuelven las PCR para los pacientes con síntomas. Más partidario del trazo abstracto, el presidente Revilla recomienda a los cántabros que se pongan la mascarilla «donde haya gente».