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Cuando el Covid-19 se extiende por todo el planeta; cuando la curva de infectados sigue ascendente en busca del ansiado techo, con la esperanza de que a partir del 'pico' se aplanará lentamente y nos proporcionará alguna dosis de tranquilidad y esperanza; cuando todo ... eso ocurre en tiempo presente, podría resultar una pretensión poco prudente atreverse a efectuar una serie de apuntes acerca de lo que la pandemia nos ha descubierto.
Un problema de orden sanitario, ciertamente gravísimo, se ha convertido por sus efectos en un factor generador de una enorme crisis económica y social de dimensiones muy superiores a las que tuvo la financiera global de 2008.
La del Covid-19 ha puesto de manifiesto que el neoliberalismo, entendido como la doctrina que promueve la mínima intervención de los poderes públicos para la regulación de la economía y de la convivencia social, bajo las banderas de la autorregulación de los mercados y el individualismo extremo, es un modelo fallido para situaciones de crisis. Los seguidores de Milton Friedman y de la Escuela de Chicago se han convertido, a la fuerza ahorcan, en defensores de la mayor intervención del Estado en la economía, como es el caso de EE UU, donde Trump y los republicanos promueven un plan de salvación de la economía estadounidense con una dotación de dos billones de dólares. Quienes desde el más ortodoxo liberalismo habían denostado a John Maynard Keynes por defender la intervención de los poderes públicos en la economía, pues entendía que el libre mercado no es capaz de autorregularse, ni mucho menos de darle la vuelta a una situación de crisis severa, se han convertido ahora en heterodoxos de su propia doctrina, en 'despreciables keynesianos'.
La crisis nos está mostrando, asimismo, la importancia estratégica de contar con unos buenos servicios públicos, capacitados para atender a toda la ciudadanía. En este caso con una buena red sanitaria pública. Sin ella la respuesta al coronavirus habría sido muy limitada y sus consecuencias, en términos de letalidad, sinceramente inadmisibles.
La epidemia está dejando también secuelas positivas, como es el reforzamiento de la solidaridad entre la ciudadanía, la cooperación y la colaboración en el ámbito público y privado. Es una solidaridad que une, que constituye y vertebra cuerpo social, algo que podríamos denominar 'patriotismo civil', diferente de los 'patriotismos nacionales' identitarios. Aunque también es obvio, lo estamos viendo, sobre todo tras las declaraciones de alarma o emergencia, que los estados nacionales tratarán de convertir ese patriotismo civil en un controvertido patriotismo nacional. Solidaridad ciudadana provocada por el aislamiento social. Toda una paradoja.
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