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Cuesta recordarlo pero hubo un tiempo en España en el que la gente decía aquello de 'yo no soy monárquico, soy juancarlista' para mostrar su adhesión a una particular cosmovisión política basada en el prestigio ganado por la Monarquía en apenas unas horas de una ... jornada aciaga de 1981. El papel clave del rey emérito para contener a los golpistas del 23-F y apuntalar la todavía titubeante Transición española extendió sobre la figura del jefe del Estado un halo de legitimidad y tejió en torno a Zarzuela un manto de silencio, que se veía recompensado con creces por el bálsamo de estabilidad que tanto necesitaba la joven democracia española.
En esa verdad incuestionable hay que buscar las raíces de lo acontecido ahora, probablemente la única salida que le quedaba a la Corona, y por extensión a los poderes del Estado, para salvaguardar el andamiaje institucional del país. Moncloa esperaba inquieta un gesto contundente y el de ayer lo es, aunque la pregunta del millón es si lo es en grado suficiente. El autoexilio es un 'mea culpa' en toda regla, que deja abierta la puerta además a la obligada rendición de cuentas por las presuntas actividades ilícitas investigadas por la Fiscalía. Que, por cierto, nada tienen que ver con los «acontecimientos pasados de mi vida privada» a los que alude el emérito, sino con el manejo de dinero de dudosa procedencia que deberá ser aclarado.
La mecánica del cortafuegos está clara. Es puro Lampedusa, el autor de 'El Gatopardo', la historia del noble siciliano que asiste al final de una época. De la obra ha quedado la frase que Tancredi le dice a su tío Fabrizio: 'Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi'. Cambiar todo para que nada cambie. Ésa es la idea, perfectamente asimilada por Moncloa, al responder con un aplauso a la «ejemplaridad y transparencia» del actual Rey. No obstante, como le sucedía al príncipe de Salina, es complicado enfrentarse a las corrientes de fondo, a las pulsiones de cambio. La marcha de Juan Carlos I amenaza con agigantar el debate sobre la forma de Estado, que no puede tener mejor caldo de cultivo: una crisis social y económica sin precedentes provocada por un virus asesino, un vicepresidente del Gobierno republicano, una sociedad perpleja. Es ahora a Felipe VI al que le toca el complejo reto histórico de la estabilidad, una hercúlea tarea gatopardiana en el peor momento posible.
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