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Desde que Donald Trump autorizara al presidente turco, Recep Erdogan, la operación 'Fuente de paz' en el noreste de Siria y retirase en desbandada las tropas estadounidenses, una guerra más se ha abierto en Oriente Próximo. La tregua turca resultante de la 'mediación' de Putin ... ahonda en la caída de la supra-potencia norteamericana y la emergencia de una multipolaridad en la que la Unión Europea debería mejorar su presencia. «La causa de los kurdos nos concierne», firman un colectivo de intelectuales en 'La Reppublica': «¡Europa no puede abandonarles a su suerte!».
El balance humano de muertos, heridos y el éxodo de miles de personas hacia el norte de Siria no excluye la palabra 'guerra', por más que se empeñe Erdogan. La 'pausa' concedida por Ankara es el «increíble resultado» del que se pavonea Trump como victoria y que el republicano por Utah, Mitt Romney, califica como «un insulto más al deshonor acumulado». Si los islamo-conservadores otomanos se felicitan por las ganancias arrancadas a la Administración americana, Romney brama: «¿Somos tan débiles y tan ineptos diplomáticamente que hasta Turquía doblega a EE UU?».
Dada la 'pausa', los representantes norteamericanos -cada día más revitalizados contra su presidente- han aceptado retrasar el proyecto de drásticas sanciones a Turquía, defendido tanto por demócratas como por republicanos. Sin el mínimo pudor en apoyar los argumentos favorables a la invasión del noreste de Siria, Trump admite que «los turcos han tenido que hacer limpieza». Pero quiere «recompensar a los kurdos porque con esta solución serán increíblemente felices. Es una solución que francamente os salvará la vida». El magnate ya nos había indicado que los kurdos no eran para tanto, que «ellos no estuvieron en Normandía»…
El acuerdo firmado por el vicepresidente, Mike Pence, de aplicarse, colmaría todos los objetivos perseguidos por Erdogan con su ofensiva de octubre. Queda bendecido para controlar una franja de tierra de 32 kilómetros de ancho por 400 de largo hasta limitar con Irak; retirar de la zona a los combatientes kurdos y trasladar a ella a los tres millones seiscientos mil refugiados sirios que alberga en su país. Sin hablar nunca de «cese-el-fuego», Pence dará por finalizada la acometida 'Fuente de Paz' en cuanto todos los operativos kurdos hayan desaparecido del emplazamiento.
Por encima de las fanfarronadas trumpianas, el tratado plantea más problemas de los que resuelve. Sobre el terreno, ¿quién se encargará de su aplicación? Las bases estadounidenses en el noreste de Siria están hoy ocupadas por los rusos y la armada del dictador, Bachar Al-Assad. Los kurdos parecen aceptar el compromiso pero con una puntualización: Mazlum Kobane Abdi, militar de las fuerzas kurdas en Siria, afirma que el «cese-el-fuego» se limitará a las regiones entre Tall Abyad y Ras Al-Aïn, ciudad en la que los combates esporádicos no han decaído. El representante kurdo apunta que nada de que los turcos acaparen el control absoluto de la frontera; nada de que los turcos lleven adelante sus 'modificaciones demográficas' en la zona. El acuerdo turco-estadounidense es una fachada con la que Trump y Erdogan pretenden mejorar su reputación ante sus respectivos electorados. Deshilachado, imposible de aplicar, sí ha traído una tregua que debe dar paso a las verdaderas negociaciones. Putin ha convocado en Sotchi a su homólogo y 'amigo' Erdogan. El dirigente ruso mueve ahora todas las líneas en Siria. Las redistribuciones territoriales pasan por sus manos con ideas anticipadas, como una reposición de la integridad de Siria y una garantía de los intereses de seguridad de Turquía. Entre las partes beligerantes, la historia ¿va a apear una vez más al pueblo kurdo?
Cuando se cumple el ultimátum otorgado a las milicias kurdas para que abandonen la franja fronteriza conquistada por Turquía, resurgen los sentimientos de fracaso en Occidente, especialmente en París y Bruselas. Es todo un contrasentido que un miembro de la OTAN, pilar del flanco sureste de la Alianza, sea el promotor de la salida de las fuerzas occidentales de la región. Putin, que se ha limitado a saborear el error estratégico de Trump, se ha convertido en el gendarme de Oriente Próximo.
Si una nueva derrota en Siria amarga a los europeos, la acritud pesa más en la Francia de Macron. Gran Bretaña, absorta en su Brexit, Alemania, acuciada por un debilitamiento de su economía en las postrimerías políticas de Merkel, el presidente galo había tomado el liderazgo en representación de la UE. Desde diciembre de 2018 -junto al Pentágono y la CIA- Macron ha intentado convencer a su homólogo estadounidense de una necesaria permanencia en el noreste de Siria. Su diplomacia proactiva, con recursos militares complementarios a los de EE UU, se ve obligada a abandonar a las fuerzas kurdas, verdaderas artífices del desmantelamiento de la organización Estado Islámico. Turquía es un quebradero de cabeza para los europeos, que carecen de la unanimidad necesaria para hacer frente a sus chantajes. A las reiteradas amenazas de Erdogan de suspender el acuerdo de 2015 sobre la contención de los refugiados, se une, en la nueva situación geopolítica, el control de los yihadistas encarcelados por los kurdos.
En la lucha contraterrorista, Ankara ha faltado a la transparencia; la alianza con los kurdos ha sido la verdadera garantía en la frontera turco-siria. Sobre el futuro de Siria, los kurdos eran el único recurso para posibles negociaciones. Traicionados por Occidente, atacados por Turquía, se ven obligados a aliarse tácitamente con el régimen sirio. Mientras Trump se degrada y el presidente ruso despliega duplicidades, los kurdos buscan sobrevivir.
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