Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
La Korrika recorre el país con la forma de una serpiente de colores, igual que la vuelta ciclista, pero más lenta y más alegre. Es una serpiente que no lleva ruedas, sino miles de piernas humanas, como un dragón chino al que no se le ... pueden ver la cabeza y la cola a la vez. Es una fiesta. Va por los territorios donde el euskara es una señal distintiva pidiendo que se use, tratando de paliar el retroceso de los siglos pasados, el maltrato de la historia. Esto es así, era así: a lo largo del tiempo unas lenguas crecían y otras retrocedían, unas engordaban a costa de otras, ha sido el proceso natural (o sea, inevitable dentro de las leyes sociales que regían el momento) en aquellas sociedades donde las relaciones de poder eran marcadamente verticales.
Ahora también sucede, pero de otro modo: son las fuerzas de la globalización las que tiran de las lenguas mejor situadas y les procuran un papel decisivo en un mundo en el que millones de personas de distintos países tienen la opción de interactuar entre sí, pues para ese papel se necesitan unas pocas lenguas, y no hay mejores candidatas que las que tienen ya la ventaja de permitirnos llegar a millones de hablantes. Sin embargo, los valores democráticos han cambiado el papel de los idiomas pequeños: son la raíz que resiste al viento y la copa del árbol autóctono que se mezcla con la nube de lo universal, dándole a esta el sabor de sus frutos. Representan la variedad frente a la homogeneización. Se reivindican con orgullo. Se celebran.
En los pequeños países donde se han conservado constituyen uno de los rasgos de identidad más sólidos, aunque no toda la población los hable, y no es necesario que toda la población los hable para que cumplan ese papel. El gaélico, el galés (que es también una forma de gaélico), el bretón y el euskara son piedras señalizadoras en el arco atlántico que muestran mundos anteriores y mundos posibles. Pero cuidado, porque la solución no es 'doblar' a las lenguas locales el lenguaje del sistema global conformándolas al pensamiento uniformador: esto es una forma más sutil y más eficaz de homogeneizarlo todo. El efecto de las pequeñas lenguas se ve en las lenguas universales que conviven con ellas: no son iguales allí, aquí, que en otros lugares, están marcadas por la compañía de sus hermanas minorizadas, y cuando todas las lenguas de los pequeños países se usan para expresar las peculiaridades de la mentalidad y la memoria colectiva, todas ellas sirven para 'hacer país'. Cuando mi familia regresó desde Inglaterra al País Vasco nadie me dijo que había otra lengua aparte de la que hablábamos nosotros, y que para los hablantes de esa lengua, la otra era la nuestra. Sería cosa de los tiempos.
Recuerdo la primera vez que escuché hablar euskera. Fue en el tren de Plentzia. Lo hablaban dos señoras mayores con toda la riqueza tonal que no tiene el euskara funcionarial de ahora. La realidad, de pronto, era más rica y me mostraba que aún contenía secretos, secretos que era preciso descubrir e interpretar.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.