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No peca de exageración calificar a John Maynard Keynes (1883-1946) como uno de los economistas más influyentes de todos los tiempos.
Lord Keynes fue el representante británico en la conferencia de Versalles de 1919, en la que defendió que las reparaciones de guerra impuestas ... a los alemanes empobrecerían a Alemania en exceso, lo que provocaría su inestabilidad política, como así fue. En 1944, en la conferencia de Bretton Woods fue uno de los arquitectos del sistema de cambios posterior a la guerra y promotor del Fondo Monetario Internacional. Liberal y político militante, alto funcionario del Tesoro y Profesor en Cambridge, en 1936 publicó su magna 'Teoría General' que constituiría la referencia del pensamiento económico futuro.
La idea central de la 'Teoría General', inspirada por las altas tasas de paro registradas en occidente en el periodo entre guerras, consiste en que el pleno empleo solo puede mantenerse con el apoyo del gasto gubernamental. Una proposición provocadora en tiempos de presupuestos equilibrados y de un ambiente científico y cultural dominado por los postulados clásicos según los cuales el mercado tiende naturalmente a recuperar su equilibrio de pleno empleo a través de los ajustes en los niveles de los precios y salarios. Nada menos cierto: el estado puede y debe ser beligerante para equilibrar las variaciones bruscas del ciclo económico. «La teoría existente sobre el desempleo es un disparate» -señaló Keynes-, «en una crisis no hay salarios ni precios suficientemente bajos capaces de eliminar el desempleo». La clave para el británico es la demanda agregada: consumidores, inversores y agencias públicas. «Cuando la demanda es alta todo va bien. Cuando la demanda agregada es baja, las ventas y los puestos de trabajo padecen». Es ahí cuando debe acometerse el gasto público compensador.
Si el sabio del King's College pudiese contemplar los estragos de la actual pandemia no parece que alteraría un ápice su criterio de cómo combatir la brusca y violenta ruptura del ciclo.
Aunque el inglés aconsejaba las operaciones de 'mercado abierto' de los gobiernos, asistiría perplejo al bazuca de efectivos introducido por el Banco Central europeo (BCE). El catedrático de Cambridge admitiría complacido el esfuerzo sin precedentes del BCE pero recalcaría que es en las políticas fiscales, en las acciones de gasto público donde se halla la clave del vuelco del ciclo. Gestionar la crisis del Covid19 va más allá de los poderes del BCE.
La pandemia ha provocado un shock sin precedentes en la economía española. Las medidas anticíclicas se recogen en el 'Programa Nacional de reformas', remitido la semana pasada a Bruselas. Cien mil millones de avales del ICO para préstamos al tejido productivo, y ayudas directas por 51.000 (35.000+16.000) millones de euros, de las cuales el grueso se aplican a los ERTEs, con un aumento del gasto público de 71.000 millones, un 12% más. Con una caída del PIB del 9,2% y un déficit fiscal del 10,3%, las necesidades de emisión de deuda desbordan el espacio fiscal del tesoro público español. Si Europa no entiende que la crisis es global y el problema de todos, si sigue sin aprobarse el controvertido 'Fondo de recuperación', nos encontraremos en un callejón sin salida con un rebote de efectos imprevisibles.
En la hora actual todos somos keynesianos, pero ello no significa -como muchos interpretan- que el Estado haya llegado a la economía para tomar el relevo y que asistamos, por tanto, a un cambio del paradigma público-privado.
Contrariamente a lo que pudiera parecer, fue Keynes, no Adam Smith, quien dijo que «no hay objeción alguna al análisis clásico de la forma en que el interés personal privado determine qué se produzca en particular, en qué proporciones se combinen los factores de producción para producirlo y cómo se distribuirá el valor del producto final entre ellos». Keynes creía que una vez que se lograra el pleno empleo mediante medidas de política fiscal, el mecanismo del mercado podría funcionar libremente. «Por lo tanto», continúa Keynes, «aparte de la necesidad de controles centrales para lograr un ajuste entre la propensión al consumo y el incentivo para invertir, no hay más razón para socializar la vida económica».
Como ha recordado el nobel Krugman, Keynes no vino a desmontar el capitalismo sino a salvarlo. Pero ahora necesitamos más política keynesiana.
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