La última visita a Julio Anguita en Córdoba fue hace dos años. Recuerdo las conversaciones en su casa, las sobremesas en las tabernas de la Judería y el privilegio de descubrir de su mano los secretos del emblema de la ciudad que tanto amó: la ... Mezquita. Fueron días intensos, en los que compartimos, como siempre hemos hecho, confidencias, reflexiones y también, momentos divertidos. Julio Anguita ha sido, entre otras muchas cosas, una persona alegre y vital. Nada que ver con un hombre circunspecto y serio.

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Dicen que en política es imposible hacer amigos. Discrepo. Julio los ha tenido; muchos, leales y sinceros. Confío en haber sido uno de ellos y haber aprendido de su ejemplo.

Le conocí en 1989, aunque intensificamos la relación personal a raíz de su participación en la campaña electoral de 1994 , en la que me presenté como candidato al Parlamento vasco. Encontré en él un hombre tímido, humano, sensible, empático y tremendamente afectuoso, al que me he sentido unido desde entonces. Nada que ver con esa imagen de persona altiva, distante y fría que sus adversarios ofrecían de él. Irritaba al poder y a los poderosos por su coherencia y convicciones. Basta recordar sus pronunciamientos condenando la corrupción de los sucesivos Gobiernos de Felipe González y las privatizaciones de empresas y servicios públicos.

No se trata ahora de resucitar el pasado, pero tampoco debemos olvidarlo. Las críticas contra él fueron despiadadas; las conspiraciones internas para debilitar su liderazgo y las falsedades orquestadas para erosionar su prestigio se sucedían. Me refiero, sin ir más lejos, a la famosa «pinza» con el Partido Popular de José María Aznar que tanto daño le hizo por incierta e injusta. Ese intento de desgaste intencionado no logró empañar un ápice su credibilidad.

El deterioro de su salud le llevó a tomar la decisión de abandonar la primera línea de la actividad política. Y una vez más nos dio una lección de honradez y austeridad. Renunció a la pensión como exdiputado y regresó a su plaza como profesor de Historia en Córdoba. La muerte de su hijo en la guerra de Irak, en 2003, le marcó profundamente, reforzó sus posiciones antibelicistas y su compromiso en favor de la justicia y los derechos humanos. Sostuvo que el trabajo institucional, siendo necesario, es insuficiente para alcanzar la transformación de la sociedad si no se consigue la hegemonía social y cultural.

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Se dedicó activamente,desde su libertad y sin ataduras de 'aparatos', a construir tejido social crítico, a trabajar por articular nuevas dinámicas de participación y de movilización: reivindicación de la «III República», implicación en el Frente Cívico 'Somos Mayoría', en las 'Marchas por la Dignidad' o en el 'Colectivo Prometeo'. Le inquietaban la pobreza, la desigualdad y las consecuencias del cambio climático, especialmente después de la pandemia del Covid-19.

Julio Anguita nunca tiró la toalla. Desde el día en el que fue elegido alcalde en 1979 hasta el día en que nos dejó, sus creencias, valores y principios han permanecido intactos. Pocos pueden decir lo mismo.

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En todos mis encuentros con él surgía el debate sobre el futuro de la izquierda y la herencia que dejaríamos a las nuevas generaciones. Algunos le tildaban de «visionario»; pues bien, tenían razón. Supo anticipar el futuro. El modelo de construcción europea que él cuestionaba es el que hoy conocemos, aquel en el que la insolidaridad se impone al mismo ritmo que avanza la ultraderecha.

Aquel hombre íntegro al que algunas personas llamaban «ortodoxo» e «intransigente» fue un adelantado a su tiempo. Desbordò el modelo de partido clásico, apostando, hace más de treinta años, sin dogmatismos ni sectarismos, por el movimiento político y socia l(IU y Convocatoria por Andalucía). Defendió la convergencia de los sectores progresistas, independientemente de su procedencia, en torno a un programa fruto de la elaboración colectiva, desde abajo, contando con los diferentes sectores sociales. Quiso acordar con el PSOE, para conformar una alternativa de gobierno de progreso, pero sus responsables prefirieron renunciar al socialismo y buscar otros compañeros de viaje. Frente a la casa común defendió la causa común y la autonomía y soberanía de IU. Prefirió el linchamiento político a la claudicación,

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Julio Anguita siempre se sintió acogido y a gusto en Euskadi. Disfrutaba de sus estancias aquí, de sus gentes, sus paisajes y su cultura. De un partido en San Mamés o de un plato de bacalao al pil-pil.

Respaldó convencido el derecho a decidir y apoyó a Ezker Batua-Berdeak cuando entró a formar parte del Gobierno vasco con una sola condición: programa, programa y programa. Es para mí un orgullo haber conservado intactos hasta su despedida los lazos de confianza tejidos a los largo de aquellos años, tan intensos como apasionantes. Ha sido un hombre entrañable, bueno querido por quienes le hemos conocido, al que el tiempo sabrá hacer justicia.

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Decía Ciceron que el «primer precepto de la amistad es pedir a los amigos sólo lo honesto, y hacer por ellos sólo lo honesto». Éste era él. Agur eta ohore.

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