Tenía yo 11 años y el cuerpo haciendo, por dentro, cosas de esas que hacen los cuerpos de 11 años, estallando por dentro y tratando de sacar de ese niño, como en 'La Substancia', al capullo que iba a ser en la edad adulta. Tenía, ... pues, 11 años y todos los granos en la cara rimando con la vergüenza y la introspección que, supongo, mi mente necesitaba para superan aquel proceso. Ese fue el momento en que mi tío Julián aprovechó la cena de Nochebuena y el anís gratis que conseguía en casa de mi abuela para, delante de todos, decir bien alto señalando mis mofletes granujientos: «Este tiene la cara como una paella, se debe estar matando a pajas».
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Boom, la risa, la carcajada, todos aplaudieron la ocurrencia, la osadía, la indiscutible brillantez del comentario mientras yo me hacía pequeño y trataba de sonreír para que no pensaran que me estaba doliendo tanto. Supongo que, si tras tantos años, aún recuerdo ese momento, fue porque me ofendió. Imagino que eso debe ser ofenderse: estar delante de un comentario o de una actitud que te duele por injusta, por ventajista para el ofensor, por desmedida. Sin embargo, jamás nadie me preguntó si aquello me había hecho sentir mal. Hoy lo agradezco que me dejasen lamiendo esa herida que, ya ves, parece que ni siquiera hoy ha sanado del todo.
No sé en qué momento pusimos el límite en la ofensa, en algo tan etéreo, tan inconsistente, algo tan de gas noble, en algo tan imposible de legislar porque forma parte de lo pasado, lo que nos pasa o lo que tememos que nos pueda pasar. Cuando la ofensa es la justificación para una batalla nos perdemos la fortaleza que lograríamos teniendo que superarla.
Ya puestos a ello, a desfogar: Me ofenden tus vídeos a todo volumen en el metro, me ofende el olor de ese taxi en el que se fuma cuando no viajan clientes. Me ofende tu racismo hablando con la señora del bazar chino como si fuera de tontos no hablar correctamente un idioma que a ti te ha venido regalado. Me ofende la banalidad de que te creas que la gente es mejor por haber nacido en tu mismo pueblo, por votar a los tuyos o por jalear a tu equipo. Me ofende tu avatar mentiroso junto a un nombre falso y tu valor para ser maleducado detrás de ellos.
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Por supuesto que me ofenden cosas y, por supuesto, que lo que trato de hacer es superarlo, asumirlo y, cuando se puede, aprender a amar lo inevitable. Pero me ofende especialmente tu llantina porque te has ofendido. No me ofende, aclaro, que te ofendas, sino que no hagas nada por luchar contra ello salvo quejarte buscando caso y patalear en el cuarto mientras nos dejas a los demás la pila llena de platos sucios.
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