Después de ver los vídeos con las declaraciones de David Sánchez, ya todos sabemos qué gran presidente habríamos podido tener en el caso de que el reparto de papeles entre hermanos no hubiera estado dictado, madre mediante, por criterios físicos harto discutibles. Hoy, gracias ... a la jueza de Badajoz, sabemos que Pedro hubiera sido un gran músico, reconocido y premiado, prestigioso y celebrado, y David el líder que los españoles necesitamos ahora para afrontar los desafíos de esta década crítica del siglo XXI.
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No cuesta mucho imaginar a Pedro componiendo la partitura del «Réquiem» que lo haría inmortal, mientras su mujer se consagra al don divino que el cielo le otorgó para los negocios y las finanzas, y su hermano menor, con el coraje que los dioses conceden desde el principio de los tiempos a los benjamines de la familia, nos guiaría en este difícil trance con mano firme, convicción moral y transparencia absoluta. Qué pena que la realidad rara vez se acomode a nuestros deseos y que, por la perversión diabólica de algunos poderes, se enreden las situaciones y lo blanco pase por negro y lo negro por blanco.
Cuando vemos a Pedro Sánchez, el más socialista de los sorosianos, como dirían Trump y Musk, cantando a voz en grito «La Internacional», puño en alto, no podemos entender el dolor íntimo de quien ha tenido que sacrificar su verdadera vocación, la musical, en pro de una actividad política por la que siente escasa afición, de ahí la necesidad de mentir, engañar y manipular a todo el mundo. Obligaciones familiares del primogénito y desacuerdos parentales han producido el lamentable resultado por el que el político de raza se ve condenado a ser un funcionario subalterno en Extremadura, un exilio provinciano apenas soportable si no fuera por los privilegios del cargo, y el músico genial, el compositor admirable, el creador superlativo, forzado a ejercer la impopular profesión de gobernante.
En la balanza del poder, una y otra tarea no equivalen y el músico de corazón estará abocado a sufrir, en beneficio del noble arte que reprime, y el político de talento será siempre despreciado por los que no comprenden el valor de su renuncia y la valentía de su gesto. España no se merece figuras carismáticas de este calibre. Como otros hermanos precursores, un intercambio de papeles a tiempo les hubiera ahorrado muchos malentendidos y muchas críticas espurias. Nadie está contento nunca con lo que le toca. Mundo ingrato, gente desagradecida. Arriba, parias de la Tierra.
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