Corren tiempos de tragedias y desolación para los habitantes de los países del norte de África. Catástrofes naturales que golpean duramente y se llevan la vida de miles de personas y dejan a muchos miles más sin hogar. Momentos duros, injustos, inexplicables. ¿Qué hemos hecho ... nosotros para merecer esto? La reacción de la propia sociedad azotada resulta fundamental para afrontar los primeros momentos de dolor, vacío, confusión, necesidad o depresión tras la pérdida de los seres queridos, afán y angustia por la búsqueda entre los escombros de posibles supervivientes y un nuevo bofetón de cruda realidad para quienes se han quedado solos en el mundo y lo han perdido todo y no tienen ni siquiera dónde dormir.
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La madre naturaleza nos recuerda sin compasión la vulnerabilidad de un ser humano soberbio que en estos tiempos de nuevas tecnologías, digitalización y nueva carrera por la conquista del espacio tiene la tentación de considerarse invencible y capaz de todo. Esta actitud puede ocurrir más en la orilla de enfrente. En una Europa desarrollada, sufriendo la invasión rusa de Ucrania, y en el sur, asediada por inundaciones, sequía e incendios. Los efectos inmediatos no tienen las mismas consecuencias en una u otra orilla, pero en el futuro ya muy cercano, todos nos veremos afectados, de una u otra manera. En Libia, la lección que imparte implacablemente la naturaleza y el sentido común es que no todo vale. El vacío en el cumplimiento de las responsabilidades públicas por ser un Estado fallido en guerra constante por el poder y el control del petróleo ocasiona, por falta de mantenimiento y reparación, el reventón de dos presas con una riada mortal para miles de personas. El panorama es espeluznante, aterrador. Nadie asume la responsabilidad. Ni los señores de la guerra enfrentados, ni los europeos que derrocaron a Gadafi y abandonaron el país a su suerte, ni las instituciones internacionales incapaces de que los que mandan impongan la paz. Las mafias que trafican con todo siguen aprovechándose.
En Marruecos, el terremoto ha causado la destrucción de aldeas en el Alto Atlas y ha afectado a la parte más antigua de la medina de Marrakech. Una semana después ya está en marcha el plan de reconstrucción de 50.000 viviendas, impulsado por Mohamed VI quien ha donado 100 millones de euros para atender a las víctimas. En Túnez, el enfrentamiento del presidente Saied con los islamistas de Ennahda ha provocado una crisis que ha empujado a miles de personas a emigrar. La crisis en Argelia impulsa a marcharse a quienes se atreven a intentar superar los controles policiales impuestos por el régimen militar.
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