Durante años, pasé el Lunes Santo en Amsterdam. Acompañaba a mis alumnos en una excursión agotadora: el viernes, París; el finde, tocaba Bélgica y si era Lunes Santo, estábamos en Amsterdam, donde me dejaba llevar por mi vicio, que no eran los coffee shops, sino ... leer periódicos, aunque fueran holandeses y no entendiera nada salvo la foto de portada, que se repetía todos los Lunes Santo en el De Telegraf y en el De Volkskrant: una imagen tenebrosa de nazarenos en una procesión de Sevilla.

Publicidad

Cuando dejé de viajar a Amsterdam, empezaron los intercambios con estudiantes alemanes, que, al asistir en Cáceres a los desfiles de nazarenos, me preguntaban si tenían algo que ver con el Ku Klux Klan. Yo les aclaraba que no e intentaba explicarles por qué iban encapuchados. No entendían nada porque los bloqueaba la impresión, pero volvían años después para ver procesiones con sus padres. A los extranjeros, les da morbo ver nazarenos y dolorosas.

La Semana Santa la ideó el Marqués de Tarifa en el siglo XVI y la justificó por escrito: había que salir en procesión para atraer viajeros a Sevilla. En la Semana Santa de 1907, Julio Camba publicó en «España Nueva» un artículo: «Aspecto industrial de la Semana Santa». Venía a decir que, si no podíamos tener industrias formidables, al menos deberíamos impulsar la Semana Santa, aunque no fuera moderna ni científica, «pero atrae una constante peregrinación de curiosos». En los años 40, los sindicatos verticales de Hostelería y Turismo crearon cofradías para que hubiera más procesiones, se alargara la Semana Santa y vinieran más turistas. Como escribió Camba, la Semana Santa merece nuestro respeto y, más aún, el de los economistas.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad