Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
La vida de Iparragirre, nacido un día como hoy hace 200 años, podría ser el argumento de la historia de un hombre que fue capaz de plasmar en sus canciones el sentir de un pueblo por sus tradiciones, la abnegada lucha por la paz y ... sus libertades y que mitificó con su creación el simbolismo de nuestro árbol querido. Muere Iparragirre en 1881, el mismo año en el que nace Picasso, autor de la obra pictórica que plasma la mas cruenta alegoría que jamás se haya mostrado sobre el desgarro humano de un drama colectivo.
Iparragirre y su árbol de Gernika representan la esencia narrativa del convulso siglo XIX en Euskal Herria. Su vida es una historia romántica de libertad y amor, de puro amor a su tierra. Una historia peculiar sobrecogedora, de drama personal y colectivo, de ese siglo XIX con sus avatares, guerras, fuerte emigración y pérdida de los fueros. Pero es también un aullido de necesidad de paz y concordia, un grito de horror, un canto a la paz y a las libertades.
Son los años preliminares de la primera guerra carlista, y su espíritu inquieto hacn de él un hombre admirado y querido para su pueblo. Es una historia muy nuestra, con las situaciones por las que pasó en su aventurera e itinerante vida, situaciones y lugares que le marcaron. Historias de amor, de ilusiones, de guerras, derrotas y exilios, triunfos y fracasos. Historias que surgen de una raíz, de una voz, de una vida, una historia emotiva de luz y tinieblas, en un itinerario de la ilusión a la desesperanza. Una historia local, viva y universal, que surge con el mismo espíritu de expansión y el mismo criterio que definió el sentir y el hacer de Iparragirre.
Vasco antitético, así definiría William Douglass a este ser extraño que se adornaba con unas vistosas barbas y venía provisto de una guitarra, nostálgico y desterrado y que llevaba el país entre pecho y espalda.
Este hombre, autor del Gernikako Arbola, nunca pudo o supo desprenderse del país que llevaba al hombro en su guitarra. Hoy, sus recuerdos nos arrastran y nos embaucan y quedan impregnadas sus canciones, y es su obra la que perdura mas allá de los tiempos.
Su historia está unida a los acontecimientos que sucedieron en el agitado siglo XIX. Se convirtió en mito, al menos por un tiempo, sin pretenderlo, mito que nace airoso con su Gernikako Arbola. El árbol de Gernika es para él un árbol bendito, extiende su copa y derrama por el mundo sus frutos. Se expande, cae y muere para resucitar. Y todo cuanto ocurre en este apasionado itinerario por la vida parece inventado, cosa de ficción que de haber sido escrita no habría sido creída por lo fascinante de su fabulación.
El escritor Pablo Antoñana en una bonita descripción nos presentaba a Iparragirre de esta manera: «Pese a quien pese, emprende vuelo, camino y vida propia… y es nuestra figura romántica, figura novelesca, fruto peculiar de esta tierra convulsa, de cataclismos cíclicos, que de cuando en cuando nos afectan hasta el dolor y la lágrima».
La historia de Iparragirre es la historia de un hombre que sintió en carne propia el desgarro y la incertidumbre de su tiempo. Un hombre movido por la acción que vaga por los confines del mundo y lleva su tierra por montera, para la cual vive, lucha y sueña, y la ensalza extendiendo los brazos al mundo. Una figura de gestas que acuña su huella en la creación del Gernikako Arbola: la encarnación del alma vasca. El árbol de Gernika brota de la tierra y abre su ramaje al viento, porque en Iparragirre lo particular es lo universal. Eman ta zabal zazu munduan fruitua. Esparce tu fruto por el mundo.
Se dice que es en la guerra cuando Iparragirre da los primeros escarceos con su guitarra, y la actitud de cantar y dar ánimos a las desavenidas tropas carlistas le convertirá en un personaje especial dentro de las tropas. La guerra convierte a Jose Mari en músico. En 1840 Iparragirre colgó fusil y cartuchera y echándose la guitarra a la espalda se puso andar los caminos de Europa; participa de la ilusión lírica del 48, vio alzarse árboles de libertad y entonó bajo sus copas los himnos revolucionarios que inspirarían su homenaje al árbol de Gernika, adorado por los revolucionarios franceses como «Padre de los árboles de libertad». ¿Por qué no cantarle, y con él a la libertad y a la fraternidad de los pueblos?, se pregunta, y es así que en aquella primavera fermentó el himno de las libertades vascas, amén de otras canciones como la que anunciaba.
Después de su itinerario europeo, vuelta a su tierra, detención, nuevo destierro y larga estancia en América. Retorna a la tierra que le vio nacer y en el ocaso de su vida, la tristeza le acompaña en un quebranto íntimo como una cuerda rota que le impide rasguear en su guitarra las notas de entusiasmo de su añorado país que deberían inspirarle.
Iparragirre fue viajero con vocación de aventura, viajero forastero en todas partes que sintió en carne propia el desgarro y la incertidumbre de su tiempo. Y así con su vieja guitarra, fiel compañera (hoy en la Casa de Juntas de Gernika) después de vagar por el mundo, una veces voluntario y otras forzado, el destino le concedió aquello lo que aspiraba, morir en su tierra.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Noticias recomendadas
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.