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Invitación de boda

Invitación de boda

El consumo es un monstruo que se apodera de todo en nombre del amor, de la guerra o de lo que cuadre

Viernes, 24 de mayo 2019, 00:55

El sobre era grande, de color blanco roto y se cerraba mediante un ancestral lacrado rojo con el relieve de las iniciales de los contrayentes. Lo abrí con cautela, como si contuviera ántrax o alguna mortífera sustancia. Con el ruido de tantas llamadas a las ... urnas me había olvidado que estábamos en mayo y que meses atrás me habían trasmitido la buena nueva. En el interior reposaba un tarjetón doble -de papel cuché de miles de gramos- donde con caligrafía manuscrita aparecían, milimétricamente situados, los apellidos dobles, triples e interminables de los progenitores de aquella niña que iba al colegio con la mía. Me senté para leer lo inevitable; que tenían el placer de invitarnos a la ceremonia religiosa y a la cena que se daba a continuación para compartir la fiesta del enlace de su criatura con un chico que también tiene apellidos dobles. El evento, por supuesto, iba a tener lugar en una finca a setecientos kilómetros de mi vida y para que no me lo perdiera adjuntaban un plano en papel vegetal y una lista de hoteles en los alrededores. El ántrax, como sospechaba, estaba allí. En ese júbilo perdido por saber que la niña era feliz y se encaminaba hacia su futuro acompañada del de los dobles apellidos. En el sobre había, además, una tarjetita con el número de cuenta en un lado y el enlace a un sitio web en el reverso. El consumo es un monstruo que se apodera de todo en nombre del amor, de la guerra, de la eternidad o de lo que cuadre. Una se ve obligada a cruzar el puente que se prometió no pasar. El vestido, la peluquería, el hotel, el regalito… la preboda, la despedida en Salamanca con el novio disfrazado de astronauta toreando una vaquilla… No sé en qué momento las bodas se convirtieron en una eventual empresa de felicidad, cuyo coste es indecente. Me temo que la trampa ya tiene pasarela y pétalos de rosas establecidos, aquí y en Japón, donde es imprescindible para los novios poseer un álbum de fotos que eternice el enlace. Para ello han surgido empresas que generan millonarios beneficios y crean auténticos platós temáticos donde recrean la torre Eiffel, el puente de los suspiros o una plaza de toros. Los novios posan deleitándose al lado de un estanque hiperrealista con patos o languideciendo en un sofá estilo Luis XV de plástico. Añoro los pasteles que llegaban por sorpresa con una tarjetita de quien compartía la felicidad de su unión sin embarcarte en la impresentable representación de algunas parejas que dan la vuelta al mundo a los 25 años. Hacienda se ha apresurado a desmentir que tenga intención de intervenir en el sagrado fasto nupcial, lacrados en desuso incluidos. Yo imagino que la alarmante y 'fake' noticia -supervisar el negocio-, la propagó un invitado para poder negarse, en nombre de todos, a ser cómplice de semejante despropósito.

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