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A mí también me ha gustado el anuncio del colectivo de presos de ETA. Me ha recordado al llamamiento aquel del Real Madrid en la primera temporada covid: por favor, no vengan a Cibeles. Los presos de ETA le piden lo mismo a la afición: « ... En lo sucesivo, solo queremos recibimientos en un espacio privado entre allegados». Atendiendo al tono galáctico, la expectación por los presos de ETA debe de ser grandísima. Apenas se entiende que el colectivo no haya anunciado el reparto de fotos firmadas como método alternativo de contacto con el fan.
Hay quien identifica en el cese definitivo del 'ongi etorri' (recuerden: un condenado por terrorismo siendo recibido entre aplausos y txistularis en la plaza pública) como una victoria de la democracia, las víctimas y la sociedad. Ojalá, claro. Pero no sé. Es que lo que hay en el comunicado de los presos de ETA es más bien concesión y autohomenaje. El colectivo manifiesta su deseo de «aliviar todo sufrimiento y abrir nuevas opciones» y define su gesto como una aportación «al reconocimiento del sufrimiento de los demás, además del nuestro (sic) y el de nuestros familiares». De lo de los crímenes de ETA sin resolver no dicen nada.
El nuevo tiempo es un telemaratón: palabrería, riego por aspersión de la culpa y exhibición de responsabilidad redentora. Los presos de ETA se refieren a las víctimas como «personas damnificadas a consecuencia de las acciones de nuestra militancia del pasado». Si creen que no puede haber nada más filisteo, el foro social de gravedad permanente responde definiendo a los presos de ETA como parte de una mayoría decidida a «dar pasos en la resolución del conjunto de las consecuencias del ciclo de violencias». Ya es bastante malo como para que la política reaccione celebrando el fin del 'ongi etorri' y exigiendo el reconocimiento de «la injusticia del daño causado». Hay algo absurdo en esa inercia de ir poniéndole a la izquierda abertzale -una opción política tan legal como cualquier otra- pruebas que superar. Más aún cuando la izquierda abertzale descubre que, superando las pruebas por pura conveniencia, genera en la política unos niveles de furia, posibilismo y desconcierto que llegan a relegar lo evidente: no son una opción política tan moral como cualquier otra.
COVID
Hace una semana, el Gobierno vasco anunció que aplicaría la emergencia sanitaria con más de cincuenta camas UCI ocupadas. En aquel momento, había treinta y una camas ocupadas. Sonaba como un aviso a navegantes. Ahora sabemos que era un aviso urgente. Ayer, con cuarenta y nueve ciudadanos en la UCI por covid, Lakua anunció la activación de la emergencia en cuanto llegase la resolución del Supremo que avala la exigencia del pasaporte covid. La emergencia activa a su vez la famosa 'ley antipandemia' y veremos si nos sale buena. Habrá nuevas restricciones y pronto escucharemos los llamamientos a «salvar la Navidad». Dos emergencias sanitarias después, al menos nos los sabemos. También que hay que ventilar y que puede venir bien un test de farmacia antes de tal o cual reunión. Pero a veces parece que pesa más el cansancio que la experiencia. Lo de salir de la pandemia peores en pandemiología será también digno de verse.
REINO UNIDO
Barbados dejó de pertenecer ayer a la corona inglesa en una ceremonia a la que asistió el príncipe Carlos, que estuvo muy bien y no le preguntó a nadie, como su padre en Islas Caimán, si provenía de una familia de piratas. Carlos solo declaró su amor por Barbados, país que se queda en la Commonwealth y parece un lugar caribeño y razonable: les gusta el cricket, en la bandera tienen un tridente y ayer nombraron heroína nacional a Rihanna. En la web del Gobierno no hay modo de solicitar asilo político. Les ahorro el trabajo. Ya lo he mirado yo.
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