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Lo increíble es negativamente lo que no se puede ni debe creer, lo inverosímil, lo no verdadero. Pero positivamente lo increíble es lo que se puede y debe creer, lo que parece mentira pero no lo es, lo que supera la mera creencia, lo más ... verdadero. Hoy en día el amor sería lo increíble en sentido negativo o escéptico y en sentido positivo o creativo, y como el amor se personifica en Dios, este es también lo menos creíble negativamente y lo más creíble positivamente.
Desde la 'muerte de Dios' anunciada por Nietzsche, la divinidad es lo más increíble negativamente, porque se la considera en contraposición a nuestra humanidad y su libertad o liberación. Sartre llevará las cosas al extremo al concebir un Dios inmóvil o paralítico, que inmoviliza o paraliza nuestra movilidad con su mirada petrificadora, obviando que esta figuración alienadora no responde a la figura del auténtico Dios-amor sino a la del Dios-terror, incluso a la del diablo odioso u odiador.
Hoy en día tanto el amor humano como el amor de Dios resultan increíbles en su doble sentido negativo y positivo. Como el Dios, el amor es visto con cierto escepticismo y al mismo tiempo con infinita nostalgia y melancolía. Sócrates y los griegos veían en el amor un duende casi divino, mientras que Jesús y el cristianismo veían en el amor al propio Dios. Pero hoy la cosa o cuestión se ha enturbiado, y el amor nos resulta algo divino y también diablesco, ambivalencia impura.
Se trataría de revisar el amor no tanto como algo increíble negativamente, sino como algo increíble y poderoso positivamente. Nietzsche y el vitalismo exigió al amor una verificación vital o autoafirmativa, aunque el amor es donación. Marx y el marxismo exigieron al amor una verificación social o productiva, aunque el amor es gratuito. Freud y el psicoanálisis exigieron al amor una verificación psicológica o reproductiva, aunque el amor es creativo. La genialidad de Jesús de Nazaret está en afirmar la autoverificación del amor sin más exigencias externas, porque el amor es gracia gratuita y personal.
El amor es lo más sagrado que tiene el hombre en el mundo, lo único sagrado hoy en día, siquiera amenazado por su desacralización y profanación en cadena. Pero lo increíble hoy es que el amor existe y, aunque desasistido, resiste hasta vincularse con lo sagrado y por tanto religioso. Que el amor es religioso significa que el amor es religador y no desligador, divino y no diabólico, a pesar de su peligrosidad. Es la peligrosidad de lo radical en medio de lo radicado o dado, la presencia de la trascendencia en medio de la inmanencia.
El amor nos hace creer en lo increíble, y por tanto en Dios. Pero en Dios-amor y no terror, en un Dios que supera toda creencia o credo fundamentalista. Creer en lo increíble, como lo expone Unamuno, es crear lo increíble, frente al fundamentalismo de lo creíble sea en un sentido clerical o sobrenatural sea en un sentido natural o laical, secular o profano. La especificidad del amor hace que en torno a su creación o creatividad se apiñe tanto lo religioso como lo profano, tanto lo real como lo ideal, tanto el cielo como la tierra, hombres y mujeres. O el amor como ámbito de encuentro de santos y pecadores, a la búsqueda del sentido existencial increíble negativamente e increíble positivamente.
El amor es lo sagrado contemporáneo. Pero lo sagrado debe evitar por una parte su sacralización tabuizadora típica del fundamentalismo religioso, y por otra parte su desacralización o profanación típica del fundamentalismo antirreligioso o irreligioso. Pues el amor es la síntesis y la religación de lo celeste y lo terrestre, a respetar y cuidar como el último símbolo mistérico de nuestra humanidad.
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