Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Este es el batiburrillo en que nos movemos: un mundo global en plena guerra comercial por las aparentes veleidades del nacionalismo proteccionista del presidente de Estados Unidos, el sin par Donald Trump. Lo mismo usa los incrementos de las tarifas aduaneras que la extraterritorialidad judicial ... con fines políticos. En la primavera de 2018 no dudó en invocar el artículo 232 de una ley de 1962 sobre la seguridad nacional para imponer mayores tasas a los coches europeos y a países terceros. El magnate de la inmobiliaria, sin saber ya cómo entorpecer cualquier prosperidad económica que no sea la del 'America firth!', a golpe de twitter reincide en su descomposición del orden internacional. Para Europa, la pregunta es por cuánto tiempo permitirá el trumpismo que Estados Unidos siga siendo su aliado estratégico. Y entre nosotros, ¿qué más nos hace falta para crecer sin Estados Unidos?
Presente en la conmemoración del desembarco de Normandía, chirriaron las palabras del mandatario estadounidense sobre el carácter «indestructible» del «vínculo transatlántico». Están frescas aún sus reclamaciones tenaces de las contribuciones pecuniarias europeas a la OTAN y su perpetua amenaza de disolución de la alianza político-militar firmada en 1949. En su conocido aprovechamiento del tiempo, Trump venía de Londres. Su desenfreno en la defensa del Brexit es de los peores golpes soportados por el proyecto de la Unión. Tras sus conciliábulos con los líderes de la salida, aconsejó a Reino Unido un abandono de la UE sin acuerdo alguno y, sobre todo, recomendó a los británicos olvidarse de cualquier factura con Bruselas. Aquí el arte de la diplomacia trumpiana.
Demoledor de los acuerdos existentes, Trump prometió en su primera campaña electoral revertir el orden internacional en la medida en que éste, en su entender, perjudica a EE UU. Poco importa que su país construyese el equilibrio de post-guerra y que la Norteamérica de 1945 con Roosevelt y Truman decidiera ser una potencia europea más. Para el multimillonario ha llegado la hora de cambiar las reglas de juego en favor de los norteamericanos que le votan. Disruptor por excelencia, parece haber metido el dedo en la llaga de algunos asuntos 'intocables'. Según Maya Kandel (Universidad París III), Trump permite a las nuevas generaciones poner en cuestión algunos dogmas del final de la guerra fría, especialmente, el poder omnímodo de la mundialización 'feliz'. Además, abriendo las hostilidades comerciales con Pekín, Trump ha denunciado el funcionamiento estatista y partitocrático del régimen chino, poco propicio para un mercado en igualdad de condiciones.
En dos años y medio de presidencia, el magnate sostiene los patrones de actuación prometidos. Su pugna predilecta es el sistema comercial mundial. Su puesto predominante gracias al dólar, le permite amedrentar o castigar más allá de sus fronteras. El método trumpiano se distingue por un remarcable arsenal de sanciones económicas y el aumento de aranceles a sus importaciones. Esta amenaza estadounidense se extiende hoy por el mundo. No hablamos de ojivas nucleares, sino de embargos, países sometidos a severos aislamientos comerciales, puniciones a cuantas sociedades se salten sus imposiciones… Son las avanzadillas del cecretario del Tesoro, Steven Mnuchin, y del alto representante de comercio, Robert Lighthizer, las que obligan a los pueblos a plegarse. México viene de aceptar el control de la inmigración clandestina para frenar las tasas a sus productos. Enfilado en la preparación de un segundo mandato, Trump mantiene en su punto de mira el libre cambio comercial y el multilateralismo internacional. Todo en él parece moverse bajo criterios estrictamente contables. Cualquier país con un excedente a su favor en los intercambios con EE UU es un enemigo. Se llame China, Canadá, México o UE, en particular Alemania. El paréntesis abierto en 1949 con la creación de la OTAN se cierra.
Politólogos y ensayistas tratan de explicar esta profunda transformación de Estados Unidos respecto al mundo; un deslizamiento hacia otra Norteamérica de la que Trump no sería más que un símbolo. El francés Benjamín Haddad exhorta a los europeos a mirar la situación de frente, reconocer que el sheriff de la aldea global quiere jubilarse y que el futuro de Europa depende de las soluciones que ofrezcamos a la retirada de la 'nación indispensable'. Donald Trump ofreció terminar con las impopulares guerras ya empezadas. Sólo quiere victorias seguras o guerras a cargos de otros: Siria y Yemen son buenos ejemplos. Las intervenciones de Arabia Saudí, Emiratos Árabes, Israel, Turquía no parecen reproducir el sueño americano en su misión de defensa de las naciones y en su extensión de la democracia. A Estados Unidos no le incumbiría cumplir con estos méritos globales. Los estadounidenses estarían cansados del mundo -prosiguen los analistas-; aspiran a una existencia normal. Es aquí donde entra en juego Trump.
El repliegue de Estados Unidos sobre sí mismo y la clausura de la etapa abierta en 1949 son defendidos también por el ensayista Tony Corn (2018) que explica la excepcionalidad del período para un país que nunca ha gustado del libre-cambio ni de las alianzas estratégicas con extranjeros. El proteccionismo ofensivo encarnado por Trump es el regreso a la tradición mercantilista estadounidense establecida por el primer secretario del Tesoro, Alexander Hamilton (1757-1804). Según Corn, las élites estadounidenses habrían decidido que el orden liberal americano, instaurado en 1945 en un contexto muy específico, hoy no existe; peor, se habría alcanzado el umbral de los réditos negativos para EE UU. Se cuenta con Trump para apuntalar el deslizamiento hacia otra Norteamérica. Peligro, no solo en Ormuz.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.