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Este verano, al que como adjetivo menos culposo decimos «rarito», arroja balances muy dispares en lo que concierne a la vida cotidiana. De política, me abstengo. No puedo aportar nada que no esté en boca de casi todo el mundo y que no hayamos escuchado ... en cualquier cenáculo al que hayamos acudido, en la playa, en conversaciones improvisadas en un paseo o en un autobús. ¡Que ya es decir!
Las impresiones a las que me refiero con sentido del humor -que falta nos hace- ponen en solfa el buen y mal gusto que ha proliferado, a tenor de hechos, actitudes e imágenes observados durante la anomalía provocada por esa pelotilla con tentáculos que se nos mete por la garganta y nos hace reos de sus efectos. Uno de los últimos, el contagio de socorristas y la prohibición de baño en las playas.
Como primera impresión, el hecho de que muchos ciudadanos hayan podido dormir en céntricos distritos urbanos con tranquilidad y sin la polución tóxica de ruidos nocturnos habituales -también pandémicos- gracias al cierre de bares, discotecas y 'after hours' a horas que debieran ser las ordinarias para los negocios dedicados al consumo de alcohol y ocio nocturno. Esa gentrificación de mal estilo que invade determinados espacios urbanos debiera regularse con efectividad porque la apertura de un bar ha sido un negocio recurrente hasta el exceso. Así que es triste reconocer que el Covid-19 ha permitido dormir en condiciones saludables a muchos contribuyentes que soportan los alaridos, peleas, borracheras, destrozos y comitivas desnortadas a horas inconcebibles, sin respeto alguno para con los demás.
Segunda impresión. Este verano, desde sus inicios, exhibió una avalancha creativa de mascarillas. Pasado el susto por seleccionar las más seguras durante el confinamiento, ya no interesó tanto el filtro como reafirmar la personalidad de quien se ocultaba tras ellas. Por eso el catálogo de las impactantes sintoniza con el atuendo y estado de ánimo de quien las porta. Además de alardes florales, a veces tan abrumadores como cursis, he visto la inquietante sonrisa del Joker y el aguerrido eslogan escrito -blanco sobre negro- de «Fuera Bicho». También la calavera, inoportuna a todas luces, y el mapamundi. Pero lo menos recomendable, la mascarilla de marca falsa como la de Chanel que porta más de un tontinfluencer o pijo-youtuber como signo de distinción.
De lo más frívola, otra imagen realmente vulgar: las braga-fajas vaqueras. No me vale que se argumente en positivo -solo como gesto feminista- sobre la libertad de poder utilizarlas. Hablo de estética y de buen gusto. Las que este verano exhiben adolescentes y no tan adolescentes en espacios urbanos son un campo abonado para dietistas. A borde de playa, excusables. Pero exhibir el backstage creyéndose la pareja de Ronaldo no exime del repudio ante semejante paisaje. Aunque ya se sabe, una cosa es no tener complejos y otra cultivar un feísmo sin enmienda.
Cuarta impresión. La pandemia ha generado lamentos en hostelería variada y también una reacción que infringe mínimas reglas de honorabilidad entre algunos restaurantes. El truco de la oferta fuera de carta es desastroso. En medio de la polvareda que suscitó la decisión del rey emérito saliendo de España, un pescado aparentemente monárquico, el rey, se cotiza en algunos enclaves turísticos a precios superiores al de la langosta. El atraco al turista es lamentable. Confieso que lo padecí en Llanes y salí del restaurante, sinceramente, muy republicana.
Pero la ternura y la reacción más favorable de esta etapa de pospandemia corresponden -de acuerdo a mis impresiones- a los músicos que han tenido ocasión de ejercer su profesión en salas de concierto, tras cinco meses de interrupción. Los teatros que han mantenido heroicamente sus temporadas veraniegas aplicando medidas cautelares con todo rigor, han conseguido que las lágrimas de más de un intérprete de música clásica emocionara a los espectadores cuando expresaba sus propias sensaciones al retomar su trabajo en directo ante el público.
Si emotivo resultó esto, no menos positivo fue ver la solidaridad de quienes atendieron a los comedores sociales y a quienes guardaban pacientemente que las playas mantuvieran las medidas exigidas para evitar contagios. La amabilidad de algunos servidores del orden público tratando de disuadir a los empeñados en mantener una conducta dolosa al saltarse las normas básicas es parangonable a la virtuosa del santo Job. Y para qué decir, la de los sanitarios y la de los profesores en general, a quienes en vísperas de la segunda ola, si no estamos ya en ella, les deseo todo tipo de bondades y precauciones.
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