Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Gobernar no es fácil. No lo es en ningún momento, ni siquiera cuando tiene uno todo a favor. No sé si tal cosa ha sucedido alguna vez en la Historia, al menos en España, pero, por el bien del argumento, vamos a imaginarnos que sí. ... Es en esos momentos difíciles, quizás, cuando más complicado sea, porque cuando todo está de cara no sólo tienes que gobernar para el aquí y ahora, sino para el futuro, para construir, para cimentar y pavimentar lo que otros edificarán cuando no estés al mando. Y trabajar para otros no le gusta a nadie. Una vez un rey paseaba por el bosque y vio a un pobre viejecito que se afanaba en un surco. Se acercó a él y vio que estaba plantando nogales. Le preguntó por qué lo hacía y el viejecito le respondió: «Me encantan las nueces». El rey le dijo: «Anciano, no afanes tu encorvada espalda sobre ese hoyo. ¿Acaso no ves que cuando el nogal crezca tu no vivirás para recoger sus frutos?». Y el anciano le respondió: «Si mis ancestros hubieran pensado como vos, majestad, yo nunca hubiera probado las nueces». Esos gobernantes, que supongo que los habrá habido, no tenían que vivir frente a la tiranía del CIS, sino sólo frente a la sagrada dialéctica de la Historia, que no te respira en el cuello ni te hace control parlamentario.
Si no es sencillo nunca, en un momento como el actual ni les cuento. Donde la economía es una amenaza diaria, donde cada día tienes que tratar con una amenaza inaprensible y sin una ruta clara hacia un destino que, al menos, no acabe cargándose a tu vecino -no diré ya mantenerte en el cargo, que es el objetivo natural del político, nunca el bien común, para nuestra desgracia-. Cómo actuaría yo, no lo sé, porque no tengo ni las capacidades ni la vocación para ser presidente en pandemia, ministro en pandemia. Supongo que me destrozaría el corazón saber que tengo que hacer una cosa, que no me queda más remedio que tomar una decisión por el gobierno de una nación, y salir a una rueda de prensa o subirme a un estrado mintiendo a mis conciudadanos porque no queda otro remedio. No creo que la ministra Celaá, por ejemplo, sea una persona malvada o incapaz. No creo que quiera hacer daño a los ciudadanos o a los niños que hemos dejado a su cuidado cuando nos miente a la cara descaradamente: «En ningún sitio van a estar sus hijos más seguros que en la escuela», afirma la ministra, sabiendo que es una mentira que únicamente puede creerse un idiota o un desesperado. Entre los dos sustantivos de la frase anterior me muevo yo y, sospecho, el grueso de los españoles que somos padres y no tenemos más remedio que enviar a nuestros hijos al colegio. Idiota o desesperado, tanto como para comprar una mentira descarada. Qué difícil es gobernar y qué difícil es, aún más, ser padre.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.