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He leído en un periódico internacional que Roy Orbison está de gira por Estados Unidos, y que Whitney Houston anuncia su próxima aparición. Al principio me pareció que al redactor se le había ido la cabeza, o que yo había sido abducida por la máquina ... del tiempo puesto que de todos es sabido que ambos cantantes crían malvas hace años. Seguí leyendo, hasta que caí en cuenta de que la noticia iba sobre técnicas hologramáticas, una especie de milagro óptico que distorsiona la percepción de realidad y, como en este caso, propicia la resurrección de ídolos del pop. La tecnología empieza a ser utilizada en todo el mundo, especialmente en Japón, donde una chica llamada Hatsume Miku (Primer sonido del futuro) triunfa en el mundo entero. Esta cantante japonesa es un holograma, una proyección de luz que encarna un personaje manga, y que pese a no existir como un ser humano tiene un repertorio de 100.000 canciones, 2,5 millones de fans y ha generado millones de dólares en ingresos. Perpleja, y murmurando aquello de que la ciencia avanza que es una barbaridad, supe que la adolescente holograma ha sido capaz de enamorar a un joven nipón de 35 años llamado Akihijo Kondo, que contrajo matrimonio con ella, con quien convivía en su casa gracias a un dispositivo de escritorio de 2.800 dólares, creado por la empresa japonesa Gatebox.
Obsesionada como estoy, por la ignorancia y desaparición de nuestros personajes políticos, me pareció que esta técnica está desaprovechada. Me vienen a la cabeza muchas personas a las que, por su cumpleaños, se les podría regalar un holograma de ellos mismos. Hubiera estado bien crear para la cumbre del G-7 unas proyecciones de los presidentes más afamados del planeta, y de este modo no se hubiera montado el lío que se montó en Biarritz, ni hubiera tenido que cerrarse el espacio aéreo y terráqueo. Bolsonaro no habría tenido la oportunidad de mostrarse tan patoso haciendo comparaciones matrimoniales de dudoso gusto, por no hablar de la innecesaria exposición de 'los rubios' dándose la mano en las escaleras de mi sagrado Paláis, o el cacareado asunto de las mujeres de los presidentes recogiendo cestas de pimientos en Espellette. Creo que me va a gustar esto de los hologramas. Por fin voy a empezar a tragar con lo de la ciencia ficción. En este país, cuyos jóvenes están casi obligados a ser funcionarios, o tomar el camino del emprendimiento, ellos tienen en esta técnica un recurso estrella. El mercado lo necesita, y alguien debería ofrecer a Moncloa un servicio hologramático.
A los presidentes de este país no parece gustarles enfrentarse a la realidad y prefieren la imagen. Recordemos el cacareado plasma de Rajoy, y la contemporánea desaparición de Sánchez, que, por cierto, sí tuvo tiempo para acudir a Biarritz sin hacerle esperar a Macron, como nos está haciendo esperar a los ciudadanos.
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