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Desde que asumí hace cuatro años el reto de liderar las políticas de Igualdad en la Diputación no me canso de repetir que la Igualdad debe ser el primer punto de la Agenda Política, es decir, el objetivo político por excelencia. Situarla en el corazón ... de la gobernanza. Y debe de ser así porque hablamos de progreso pero también de dignidad humana y de justicia social. La desigualdad nos está costando cara, especialmente a las mujeres. También en términos sociales, económicos y humanos. La desigualdad se está llevando la vida de muchas mujeres a manos de asesinos machistas. ¿Acaso no es un mandato ciudadano que los gobiernos dotemos de seguridad, calidad de vida y bienestar a todas las personas de nuestra sociedad?
Las sociedades avanzadas de esta parte del mundo hemos logrado la igualdad jurídica, que es mucho más que lo que pueden decir millones de otros lugares. Pero, desde luego, no hemos logrado la Igualdad real. Y esa desigualdad provoca que, con la llegada de las fiestas de verano en los pueblos de nuestra geografía, muchas mujeres, muchas jóvenes y adolescentes, tengan miedo al volver a su casa. La mala hierba de la desigualdad tiene poderosas raíces, alimentadas por siglos de historia y justificaciones machistas. Sus lamentables frutos tienen consecuencias en muchos ámbitos de la vida de las mujeres, en lo privado y en lo público, en lo íntimo, en lo familiar, en lo comunitario o en lo económico y político.
Acabamos de conocer la sentencia del Tribunal Supremo por la violación grupal de 'la Manada' en los Sanfermines de 2016. Una de las cosas más importantes de esa resolución judicial es que pone en valor el testimonio de la víctima, muchas veces lo único que tienen las mujeres agredidas sexualmente. De esa manera, los magistrados han puesto en negro sobre blanco el grito de rabia y solidaridad que tomó la calle tras la primera sentencia: «Hermana, yo te creo». Debería servir para consolidar algo muy necesario: la recuperación de la confianza en la Justicia por parte de la sociedad en general y de las mujeres, en particular.
Lo malo, lo terrible es que 'las manadas' se sustituyen unas a otras. Aún no ha terminado el juicio de 'la Manada de Manresa', acusada de agredir sexualmente a una menor de 14 años, y asistimos ya a una nueva denuncia de violación en grupo a una menor de 17 años… en esa misma localidad catalana. No se nos puede exigir a las mujeres convertirnos en heroínas por obligación. Ya lo dijo la fiscal en el caso de Sanfermines: «No se puede exigir a las víctimas una actitud peligrosamente heroica». Y así lo entendieron los magistrados del Supremo al sentenciar que una actitud de resistencia «inexorablemente las conducirán a sufrir males mayores».
Los datos son muy contundentes. Quiero subrayar tres para animar la reflexión. La Memoria de la Fiscalía indica que en las cárceles españolas había en 2017 un total de 3.214 hombres por delitos contra la libertad sexual, lo que supone un 7,01% de la población reclusa masculina (45.301 hombres). El segundo: desde 2003, fecha desde la que existen estadísticas oficiales sobre violencia de género en nuestro país, han sido asesinadas en España más de 1.000 mujeres. Y respecto a Euskadi, la Ertzaintza y las policías municipales señalan que los delitos contra la libertad sexual pasaron de 530 a 711 entre 2017 y el año pasado (un 34% más), dentro de los cuales las agresiones sexuales pasaron de 182 a 193 (un 6% más).
Centrándonos en las fiestas estivales, en la Diputación de Bizkaia hemos lanzado una campaña de sensibilización junto con la periodista Ana Urrutia, bajo el lema 'En fiestas, yo también elijo'. Porque nuestra tranquilidad y la seguridad con la que nos movamos en los espacios festivos en horas nocturnas pueden considerarse como la prueba del algodón de la igualdad. Y, como vemos de nuevo este año, la persistencia de las agresiones en espacios públicos que son para el disfrute de todas y de todos evidencia que queda mucho terreno por conquistar.
No hay duda alguna y no cabe ya ningún planteamiento alternativo a esto; las mujeres también tenemos derecho a la fiesta, a la alegría, a compartir horas de ocio nocturno con quien queramos en igualdad de condiciones. Y como acaba de sentenciar el Tribunal Supremo, el consentimiento sexual debe ser claro y expreso. Todo lo que no es Sí, es un NO. Podremos estar simpáticas o hurañas, habladoras o calladas, con ganas de baile o no, con pantalones, con faldas más o menos cortas, maquilladas o no… y eso no dará derecho a que nadie dé nada por seguro. No somos mercancía pornográfica obligada a satisfacer los deseos de nadie. Cuando estamos de fiesta, tampoco. Nunca. Y quien tenga duda sobre lo que queremos o nos apetece, que pregunte… tan sencillo como eso.
Ante la duda, yo elijo la libertad.
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