Herodes repentinos
Furgón de cola ·
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Furgón de cola ·
Los niños vuelven a la calle mientras la severidad vuelve a algunos balconesCuarenta y tres días después, volvió a oírse a los niños por las calles. Fue bonito. Risas, gritos, balones, bicis, amenazas de muerte entre hermanos. Siempre se parece a la vida ese tumulto. Y el objetivo que tenemos por delante en la lucha contra el ... coronavirus consiste en recuperar dentro de lo posible justo eso, la vida, y no en parapetarnos tras el confinamiento perpetuo. En un extraño caso de síndrome de Estocolmo, parece haber gente para la que eso comienza a volverse una opción entre penitencial y prudentísima. Bueno, no sé. La prudencia obliga desde su etimología a ver con antelación, a mirar por adelantado antes de actuar. Morirse de miedo es otra cosa.
Ahora que va acercándose la hora de salir, todo debe hacerse, por supuesto, con la máxima cautela y previsión. Ayer hubo lugares en los que se juntó demasiada gente y familias que no cumplieron las normas establecidas. Son excesos que hay que combatir, pero yo imagino que en la inmensa mayoría de los casos todo transcurrió con mucha más normalidad. Fue curioso, sin embargo, cómo se levantó una instantánea corriente de animadversión hacia las familias con niños, tildándolas de irresponsables y acusándolas de arruinar lo conseguido con el confinamiento.
Tampoco me hagan mucho caso, pero yo diría que no. Las parejas de jóvenes sobrehipotecados que necesitan la máxima estabilidad, no ya económica, política y social, sino directamente cósmica, para garantizar el bienestar de sus hijos durante el periodo en que estos no pueden valerse por sí mismos - sea, durante los próximos cuarenta años- no son precisamente una gente propensa al nihilismo, el destrozo y la irresponsabilidad.
Si lo recuerdan, pasó algo parecido con los dueños de los perros al comienzo del confinamiento. Y pasará, si todo va bien, con los 'runners' la semana próxima. Es como si fuésemos un país que tiene el pronto malo. Luego yo creo que todo se calma. Sería más sensato celebrar que el paisaje cambia un poco. Ayer los niños volvieron a pisar la calle y Fernando Simón volvió a comparecer ante la prensa solo, sin altos mandos de la Policía y el Ejército. Ojalá a los generales también les dejasen salir a jugar al parque un rato, que son ya muchos días.
Corea del Norte
Corea del Norte es un país injusto. Los ciudadanos tienen allí las mayores facilidades para morirse -basta un corte de pelo prohibido por el régimen para conseguirlo- mientras los amados líderes de la nación se mueren de las maneras más complicadas, misteriosas y llenas de obstáculos. Para saber si ha expirado un presidente de Corea del Norte no hace falta un médico, sino un satélite espía. Estamos justo en esas con Kim Jong-un. No se sabe si ha fallecido o no. Todo son noticias sin confirmar. Ocurrió lo mismo con su padre y antecesor, Kim Jong-il, cuya muerte fue anunciada en diciembre de 2011, tras dos meses de rumores. La explicación oficial del deceso fue inolvidable: el gran líder trabajaba de un modo tan intenso por el progreso del país que murió de un ataque de ira mientras iba a solucionar personalmente todo lo que se estaba haciendo mal en la construcción de una central eléctrica en Huichon.
Trump
Cuando Trump protagoniza algún episodio asombroso frente a la prensa, sus defensores a ambos lados del Atlántico argumentan que, a diferencia de tantos otros líderes dominados por la corrección política y el temor a los medios, ahí está el presidente de Estados Unidos dando la cara y diciendo verdades en ruedas de prensa larguísimas. Bueno, pues tampoco. Tras el desvarío del desinfectante, se suspenden las comparecencias presidenciales sobre el coronavirus. «No merece la pena el esfuerzo», ha dicho Trump en su medio natural: Twitter.
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