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Gregorio Ordóñez nos enseñó algo valioso a todos los vascos. Nos mostró que, si bien el miedo es contagioso, la valentía puede serlo aún más. Nos enseñó que cuando una persona valiente asume una postura firme ante la intolerancia, ante el pavor, apela al mismo ... tiempo a toda la sociedad a seguirle. Por eso Ordóñez era un líder y por eso, cuando se cumplen mañana 25 años de su asesinato, su recuerdo aún es capaz de remover conciencias, de provocar nudos en la garganta y de hacer resbalar lágrimas por las mejillas.
Las señas de identidad de Gregorio Ordóñez fueron capaces de mover a la acción a muchos jóvenes que a mediados de los años 90 aún estábamos en la Universidad. Vivíamos el ambiente asfixiante de la intransigencia y del fanatismo. Estábamos acostumbrados a que estudiantes amenazasen a profesores y parasen sus clases de malos modos, a las sonrisas con las que el entorno político y social de ETA respondía ante cada asesinato, secuestro o atentado, a bajar la voz para hablar de política en el transporte público y a retirar la mirada ante quienes sabíamos que simpatizaban con el terrorismo. Estábamos acostumbrados al miedo. Miedo en su extensión más social y perversa.
Y de repente llegó él, un político apegado a la calle que nos demostró que el miedo es sólo una barrera que separa lo que somos de lo que queremos ser. Y la sociedad vasca, sometida por el etnonacionalismo más irracional, quería ser libre. Por eso vio en Ordóñez el ejemplo vivo de un compromiso, un compromiso que hizo que ETA le asesinase porque para la organización las palabras directas y claras de un hombre de a pie que ya era un gigante dejaban en evidencia el sinsentido terrorista, desarmaban la verborrea de la izquierda abertzale y anunciaban que la política debía existir para facilitar la vida de los ciudadanos, no para complicársela. Por eso le asesinaron.
Su muerte fue un brutal varapalo para la sociedad democrática vasca. ETA le asesinó para acallar sus palabras, pero su legado le convirtió en un símbolo inmortal que inspiró e inspira el trabajo diario de todos y cada uno de los cargos del Partido Popular y que debería servir de ejemplo para todo aquel que aspire al servicio público.
Han pasado 25 años desde que un criminal le disparó en la cabeza mientras almorzaba en un bar de la Parte Vieja donostiarra. Durante esos 25 años ha llovido mucho, pero esa lluvia no ha conseguido eliminar de Euskadi la tenebrosa justificación del terrorismo que acabó con la vida de Ordóñez y de cientos de personas. De él aprendimos que quien persevera puede lograr sus objetivos; y precisamente por ello dos décadas y media después de su muerte resulta imprescindible seguir luchando por la deslegitimación de la peor lacra que ha soportado nuestra tierra en democracia.
Hoy sigue siendo más necesario que nunca destacar que si una banda de asesinos desalmados decidió parar, no lo hizo tras constatar que décadas de amenazas, extorsiones y asesinatos fueron injustas y condenables; lo hizo más bien gracias al empuje de personas como Ordóñez, que impasibles ante la indignidad logramos arrinconar a la serpiente y a sus acólitos. Con todo, lamentablemente, la desaparición de la organización terrorista no ha conllevado el fin de su legado de desvergüenza. Hoy la segunda fuerza política de Euskadi lleva en su ADN con orgullo la justificación del asesinato selectivo de hombres, mujeres y niños; asesinatos que no condena y que en algunos casos lamenta que se produjesen como si morir asesinado fuese igual que fallecer de un infarto al corazón. Hoy etarras orgullosos de serlo salen de prisión y son ensalzados en las calles del País Vasco como héroes. Hoy más de trescientos crímenes de ETA se encuentran sin resolver, mientras la izquierda abertzale y el nacionalismo vasco abogan por pasar página sin buscar la reinserción de reclusos cuyo arrepentimiento podría derivar en la resolución de atentados terroristas. Hoy quienes consideran que ETA y sus miembros son un ejemplo de compromiso son normalizados en entornos sociales y políticos.
Hoy, 25 años después, la deslegitimación del proyecto político de ETA y del terrorismo debe implementarse en el espacio político y social en aras de garantizar que los jóvenes tengan a Gregorio Ordóñez como referente, y no a quienes le arrebataron la vida un 23 de enero de 1995. Es responsabilidad de todos.
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