Gobierno de coalición: ahora empieza lo difícil
Profesor de Derecho Constitucional y Diputado por Bizkaia de Unidas Podemos
Viernes, 15 de noviembre 2019, 00:41
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Profesor de Derecho Constitucional y Diputado por Bizkaia de Unidas Podemos
Viernes, 15 de noviembre 2019, 00:41
No, no es cierto que la coalición de Gobierno haya costado seis meses de resistencia y una repetición de las elecciones generales. La realidad es que la resistencia del PSOE y el tapón del bipartidismo a admitir la irrupción en el tablero político de Unidas ... Podemos lleva ya cuatro años y cuatro repeticiones de los comicios, no sólo el último de ellos. Y por mucho que los tertulianos intenten explicar la realidad de un cambio de ciclo político como si fuera una telenovela de amores y desamores entre dos personas, lo cierto es que las matemáticas siguen siendo tozudas: los números pedían este Gobierno desde 2015. Han sido cuatro largos años de resistencia a admitir la realidad por parte de los agentes que monopolizaban el anterior ciclo político y cuatro años de resistencia de Unidas Podemos a dar su brazo a torcer. Sólo tras cuatro repeticiones electorales, alguien ha decidido aquello de 'si no puedes acabar con tu enemigo, mejor únete a él'.
Y ahora empieza lo más difícil. Porque Unidas Podemos irrumpió en el tablero poniendo el listón muy alto. No sólo planteaba la necesidad de hacer otras políticas, sino también la de otra forma de hacer política, con un proyecto regeneracionista. Y es más fácil plantear que 'sí se puede' que demostrarlo empíricamente. Que este partido surja sin ninguna dependencia de los poderes financieros, sin hipotecas ni puertas giratorias, es un activo. ¿Conseguirá preservarlo una vez implicado en el Gobierno?
Por otra parte, es evidente que todos los sistemas democráticos poseen sus limitaciones y que el nuestro arrastra déficits históricos profundos. Avanzar en el sentido que marca el preámbulo de la Constitución hacia «una sociedad democrática avanzada» es un reto en un país que tiene una cultura cívica y democrática limitada, en el que la separación de poderes cruje, los partidos políticos instrumentalizan las instituciones y la corrupción y la irresponsabilidad campan a sus anchas. Para superar estas limitaciones no basta la buena voluntad. Hace falta también un compromiso firme con los valores de las sociedades democráticas avanzadas; una apuesta por la radicalidad democrática.
¿En qué se concreta esa apuesta? Empecemos por la renuncia al uso partidista de las instituciones públicas. Nunca más deberíamos los ciudadanos pasar por el bochorno de que la Junta Electoral Central sancione al Gobierno por utilizar el Estado a beneficio de parte.
Otro aspecto fundamental es la renuncia a la utilización de medios ilegítimos para la marginación del adversario político. No me refiero sólo a sus aspectos más llamativos, como el recurso a las llamadas cloacas del Estado o a los dossieres para destruir a las personas; me refiero también a las infinitas formas que ha creado la picaresca política para reforzar, mediante el uso fraudulento de la legalidad vigente, las prerrogativas y privilegios de quien gobierna y para debilitar los instrumentos de control. Un programa de radicalidad democrática exige una acción decidida para reforzar el parlamentarismo, la separación de poderes y la profesionalidad de los medios de comunicación del Estado.
Reforzar el parlamentarismo exige además limitar el abuso del decreto ley, como ha ocurrido hasta la fecha, de los instrumentos de excepción y de las mil formas de bloqueo de las capacidad parlamentaria de la oposición. La democracia es algo más que un sistema de contrapesos, de 'checks and balances'; pero en ningún caso puede ser menos.
Reconstruir la separación de poderes es también una labor prioritaria. El tercer poder debe poseer una capacidad de contrapeso tan importante como la de la oposición o más. Y el nivel de deterioro al que hemos llegado tras cuatro décadas de bipartidismo turnista es alarmante, en su continua deriva clientelista. Y ese mismo mal no afecta sólo al Poder Judicial, sino también al resto de las altas instituciones del Estado.
La tercera pata de la regeneración institucional debe pasar por los medios de comunicación. No podemos seguir con un ecosistema en el que los medios públicos están instrumentalizados por los gobiernos y algunos privados, por la banca. Hay que tomar medidas profundas para garantizar el derecho de la ciudadanía a recibir información veraz, porque una ciudadanía bien informada y bien formada constituye la base de una sociedad democrática avanzada.
Junto a estas medidas de regeneración de los contrapesos institucionales de la democracia, es también fundamental el establecimiento de unas barreras protectoras frente a la sumisión del poder político al poder financiero. Toca limitar las puertas giratorias, controlar la actividad de los lobbies, restringir la dependencia de los partidos respecto de la banca, eliminar los privilegios del oligopolio energético…
En resumen, que aunque hacerse un hueco en el tablero político dominado por el viejo bipartidismo y acceder a la gobernabilidad le ha costado a Unidas Podemos cuatro intensos años de sangre, sudor y lágrimas, la cosa no ha hecho más que empezar. Ahora viene lo realmente difícil.
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