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Hay cosas sin las que una ciudad tampoco es una ciudad. Las multitudes, los taxis, los charcos de gasolina, los kioskos. O los teatros con luces, los detectives privados, las bandas de jóvenes peligrosos, los locos que anuncian el fin del mundo en una esquina. ... Ya se ve que la sensibilidad urbana es conflictiva. Pero no deja de tener su poesía. Vuelves a la ciudad después de estar una temporada en el campo y hasta cierras los ojos, disfrutando el momento, cuando pasan a tu lado los primeros coches patrulla con las sirenas a tope. «Menuda pinta de homicidio múltiple tiene eso», te dices poniendo el gesto de quien acaricia un cachorro de Ciudadanos o huele una taza de café. «Como en casa, en ningún sitio».
Los rascacielos pertenecen a esta categoría urbana. Bilbao lo sabe desde 1946, cuando inauguró el de Bailén, que no puede ser más bonito aunque sí podría ser más alto. Se construyó con una altura de cuarenta metros cuando en Nueva York llevaba más de diez años en pie la torre del Rockefeller Plaza: setenta pisos y doscientos sesenta metros de altura. Nuestro pequeño gigante llegó sin embargo en el momento justo: cuando la ciudad quería ser más ciudad. «Bilbao, gran capital», se leía aquel año en un artículo de este periódico que celebraba la prolongación de la Gran Vía, la creación del museo del parque, la apertura de calles en el Ensanche.
Ahora la ciudad se ha familiarizado con los rascacielos, sobre todo en Garellano. Los hay de todo tipo. Esto es decisivo porque los rascacielos imantan la atención. Todos miramos hacia ellos desde la calle y las casas del entorno. Por eso, en mi opinión el vecino que sale a la terraza en un rascacielos debe estar siempre vestido de noche y tomando un dry martini, aunque sean las diez de la mañana, para dar la sensación de que dentro se celebra una fiesta elegantísima y contribuir al ambiente general de la ciudad. ¿Qué es eso de salir en bata de felpa a hablar por el móvil con los primos de Tudela? La municipalidad debería intervenir, sancionando al propietario que, en las alturas, no esté a la altura.
Otra cosa que sí puede hacerse en el balcón de un rascacielos es encaramarse a la barandilla vestido de superhéroe y posar dejando claro que alguien vigila la ciudad con firmeza, pero aguantando también lo suyo en lo tocante al tormento interior.
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