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Aunque suele ser habitual que tras las elecciones la atención de las formaciones políticas, como la de los medios, gire en torno a la contabilización de los votos y de los escaños, lo realmente determinante en términos políticos es la gestión que se haga de ... los resultados obtenidos en las urnas. Con los mismos resultados electorales se puede formar Gobierno y tener una posición dominante en la mayoría parlamentaria que lo sustente o, por el contrario, se puede estar obligado a ir a la oposición o, incluso, quedar relegado a una posición marginal. Más que los votos y escaños conseguidos, lo que resulta decisivo es cómo se articulan las mayorías parlamentarias (o municipales), cómo se inserta (o no) en ellas cada formación política y cuál es la resultante final de los acuerdos (o la falta de ellos) que se hayan podido alcanzar entre los partidos.
Son éstos los criterios que con carácter general rigen en todos los sistemas parlamentarios, pero que de forma especial tienen aplicación en situaciones como la que nos encontramos en el momento actual, caracterizada por la progresiva implantación de un sistema multipartito, en sustitución del bipartidismo que había existido hasta ahora. Y ello porque en el nuevo mapa político en el que nos movemos tras las últimas elecciones las mayorías parlamentarias, que constituyen el eje del funcionamiento del sistema institucional, ya no van a ser monocolores como ocurría hasta ahora con el bipartidismo. Por el contrario, va a ser necesario conformar mayorías parlamentarias plurales, que van a ser el producto de la gestión de los resultados electorales en el nuevo marco multipartito existente en la actualidad.
En esta ocasión se da, además, un factor añadido que contribuye a complicar más la situación, como es la coincidencia de varias elecciones simultáneas -europeas, municipales, en nuestro caso, además, a Juntas Generales- a añadir a las generales a Cortes realizadas poco menos de un mes antes. Esta concurrencia múltiple de elecciones, de ámbitos y naturaleza muy distintas, hace que la gestión de los resultados sea mucho más compleja. Aunque solo sea por la necesidad y la dificultad de compaginar intereses y aspiraciones de muy diversa índole que en muchas ocasiones no es nada fácil compatibilizar; especialmente, cuando se producen interferencias entre los distintos procesos postelectorales, lo que resulta inevitable como la propia realidad de los hechos está corroborando estos días.
Sea como fuere, lo cierto es que en el incierto periodo postelectoral en el que nos encontramos, la principal tarea a acometer por todas las formaciones políticas no es otra que la de gestionar los resultados que nos han proporcionado las urnas. No es indiferente la forma en que se haga ya que dependiendo de cómo se plantee esta cuestión se puede llegar a situaciones muy distintas; y a la vista de cómo se están desarrollando los acontecimientos en este terreno y de la actitud que están mostrando en este asunto los principales protagonistas, tanto por lo que están haciendo como por lo que están dejando de hacer, no se puede decir que haya muchos motivos para confiar en que se esté transitando por la ruta adecuada ni que el destino al que nos conduce sea el más indicado.
Una de las cosas que más llama la atención en las negociaciones que estos días están teniendo lugar entre las formaciones políticas es la ausencia de referencias programáticas al abordar la configuración de los gobiernos y de las mayorías parlamentarias que les sirvan de soporte en sus respectivos ámbitos. No es posible encontrar un debate de contenido programático sobre los temas clave que, bien a nivel municipal o estatal, deberían centrar la atención de todas las formaciones políticas para, en torno a ellos, definir las posiciones y formar los ejecutivos correspondientes. Y, sobre todo, para poder conformar mayorías suficientes, tanto en el ámbito parlamentario como en el municipal, sobre bases programáticas claras; lo que, hoy por hoy, no solo no existe sino que tampoco se está en camino de conseguirlo.
A falta de referencias programáticas, no es de extrañar que la 'gestión' de los resultados electorales se esté reduciendo a una pugna por la ocupación de puestos, sobre todo los relacionados con los órganos ejecutivos; lo que además es un error ya que estos carecen de la más mínima estabilidad si no están respaldados en los órganos representativos por una mayoría suficiente que, recordémoslo una vez más, tiene que ser necesariamente plural. Sería de desear que se dedicase la atención debida a la articulación, en cada caso, de estas mayorías plurales, sin duda la mejor garantía de estabilidad institucional en el actual marco multipartito. En cualquier caso, siempre sería mejor que dedicarse a la práctica intensiva del 'cambio de cromos' para ocupar las instituciones, que lo único que revela es el 'síndrome de okupa' que suele aquejar a buena parte de los electos (y también de los no electos) en el periodo postelectoral.
Conviene no olvidar, para finalizar, que cuando concluya el actual periodo postelectoral, y a salvo de las sorpresas que aún puedan depararnos la formación de los nuevos gobiernos, tanto los de ámbito municipal como el central, hay que gobernar (y legislar) durante los próximos cuatro años. Un periodo que, en el marco cambiante en el que nos venimos moviendo en estos últimos años, se presenta como particularmente incierto desde el punto de vista político e institucional. Por todo ello no estaría de más ser conscientes de que la continuidad de la próxima legislatura va a depender, en gran medida, de cómo se hayan gestionado los resultados electorales y de cómo se haya articulado, a los distintos niveles, la nueva pluralidad multipartita que las últimas elecciones han puesto de manifiesto.
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