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La situación es muy clara, y a nadie debe sorprender lo que desde sus primeros compases nos está deparando: quienes tras la moción de censura nos gobiernan lo hacen con los presupuestos aprobados por otros, y así va a ser al menos hasta final de ... año. Por ver está si el 1 de enero de 2019 dispondrán de una ley que les autorice una forma diferente de gastar, para lo que no tienen otra que convencer a un puzle de opciones políticas.
En tanto se despeja esa incógnita, y sin la herramienta del gasto en las manos, no queda otra que hacer una política de gestos. Hay que reconocer que quien los ha escogido y diseñado su puesta en escena no anda nada descaminado: pobreza infantil, drama humanitario de los migrantes y refugiados, explotación laboral, reposicionamiento internacional -aprovechando la baza preciosa, y nunca antes disponible, de un jefe del Gobierno que se maneja tanto en francés como en inglés y que es de los más aparentes en la foto de familia de las cumbres- y, para redondear el paquete, el realojo de ese incómodo cadáver guardado en el armario gigantesco de la basílica de Cuelgamuros.
Es un lugar común despreciar las políticas de gestos, tildándolas de frívolas, superficiales y alejadas de las necesidades verdaderas. Sin embargo, cuando uno no puede abordar otras, y tampoco está el horno para elecciones ni siquiera para quienes más despotrican contra la mayoría 'Frankenstein'-, sería torpe dejar de reconocer que en los gestos posibles, convenientemente elegidos, hay una apuesta de futuro que, quién sabe, tal vez a la vuelta del tiempo y de otro paso por las urnas permita decidir lo que se gasta para emprender una senda más ambiciosa, no sólo que la actual, sino que la recorrida en los últimos años.
No se ha mencionado en la enumeración anterior otro gesto nada desdeñable: el de achicar tensiones con los nacionalismos periféricos, sin dejar de marcar por ello las lindes de la finca constitucional. Una estrategia que sólo puede reportar ganancia, y que asombra que hasta ahora nadie hubiera decidido explorar. Que el primer encuentro sea con el lehendakari Urkullu, y que este salga del encuentro reconociendo que el Gobierno no puede acercar a los presos de ETA de cualquier manera, y sin tener en cuenta la sensibilidad de las víctimas, es un síntoma elocuente, tanto de la estrategia seguida como de su rendimiento.
Tampoco desprecie nadie el mensaje a las masas arrolladas por la depauperación de la sociedad española tras la crisis, y que son las víctimas preferentes de los contratos basura y el abuso empresarial. Son votos que pesarán en los resultados. Y en cuanto a lo más criticado, el desalojo del superlativo de la tumba erigida a su mayor gloria, equivale a aprobar, por fin, una asignatura histórica pendiente. Que tampoco es cualquier cosa.
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