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Las sociedades actuales se enfrentan a profundos y rápidos cambios y no siempre es posible aportar una respuesta reguladora y normativa adecuada debido a la ausencia de referentes. Pero no es la primera vez que la humanidad afronta cambios drásticos y evoluciona hacia nuevos modelos ... de interrelación social, política y económica. Aventurar qué nos deparará el futuro es hacer un ejercicio de imaginación sociológica, tratar de deducir de la realidad conocida la realidad posible, para ello es importante acertar con las preguntas que nos planteemos para acercarnos a las posibles respuestas. Para no caer en la simplificación ni en el etnocentrismo, deberíamos tener en cuenta que, dado que los presentes de las personas y de los países son distintos, también serán diferentes los futuros que les esperan. Y tampoco es lo mismo proyectar a treinta que a cien años.
Antes de empezar, me gustaría recuperar algunas de las respuestas que obtuvimos en el Deustobarómetro cuando preguntamos, precisamente, por el futuro. Imaginábamos nuestra sociedad dentro de treinta años, formulando una serie de opciones posibles: que una mujer fuera lehendakari, que se generalizaran las energías renovables, que el uso del euskera fuera mayoritario, etc. Sin embargo, la mayoría de las respuestas negaban el cambio, nos encontramos ante una respuesta bastante resignada, que no confiaba en la posibilidad de una realidad alternativa y este es, precisamente, uno de los principales cambios que como sociedad estamos viviendo; la resignación, la pérdida de esperanza en la capacidad de la verdadera transformación social. Una sociedad que no sueña con un futuro mejor, que ha perdido la esperanza, es una sociedad en parte derrotada, porque la realidad, o la construimos desde nuevos postulados, propuestas o principios, o nos vendrá dada, impuesta por otros.
Hay algunos factores y procesos sociales que van a ser importantes para definir el futuro próximo: el envejecimiento de la población -sobre todo en Europa-, los flujos migratorios, el papel social de las mujeres, las desigualdades sociales y la sostenibilidad del planeta. Nuestro futuro dependerá mucho de cómo gestionemos esos retos ya presentes y del tiempo que tardemos en reaccionar ante ellos. Las maneras de contestar y afrontar estos dilemas nos abocarán a futuros utópicos o distópicos.
¿Persistirán las desigualdades y la exclusión social? ¿Alcanzaremos la igualdad real y efectiva entre mujeres y hombres? ¿Se profundizará en las libertades individuales y se regenerará la democracia? ¿Se impondrá un modelo de consumo y de producción sostenible? Las desigualdades persisten y se cumple el pronóstico de Gortz de la 'sociedad de los dos tercios', tanto a nivel local como global. Estamos lejos de favorecer un modelo social que elimine, reduzca o lime las desigualdades sociales que son una consecuencia de las distintas oportunidades en el mercado laboral y en la obtención de recursos económicos. De hecho, los avances tecnológicos y la necesaria cualificación que los acompañan son una fuente de desigualdad. La igualdad real y efectiva entre mujeres y hombres no es ajena a esa y a otras formas de desigualdad y su superación pasa por un ejercicio consciente, activo y radical. Las declaraciones y los compromisos son importantes, pero es necesaria una mayor convicción y un menor cuestionamiento de la legitimidad de la reivindicación. En el ámbito político y de comunicación, la postverdad (como eufemismo de la mentira) y el 'nosotros first' nos aleja de una regeneración democrática. Las elecciones europeas, en mayo de 2019, nos darán la medida de la fuerza que está adquiriendo la extrema derecha en Europa. Puede ser buen momento para empezar a proyectar otra forma de estar en el mundo que consiga ahuyentar los miedos que sostienen el odio y la xenofobia. Y, por último, respondiendo a la última de mis preguntas, reconozco que sí soy capaz de imaginar el establecimiento de un sistema económico sostenible como consecuencia no solo de la concienciación social, sino de la rentabilidad económica de nuevas formas de energía y de nuevos nichos de mercado, aunque no consigo visualizarlo a nivel planetario.
El futuro trae nuevas hegemonías políticas y económicas que viran al Este, a Oriente, y que nos obligarán a pensar los mapas de otro modo, que nos podrán en la tesitura de reconocer la verdadera dimensión geográfica y geopolítica de continentes como Asia y África. ¿Podrá la pequeña y vieja Europa dejar de mirar a su ombligo?
Me temo que me ha salido un diagnóstico algo pesimista, sin embargo, no me resigno, y confío en la posibilidad de construir un futuro en el que seamos capaces de dar una respuesta a los grandes retos sociales, demográficos, políticos y económicos. Una forma de favorecer el cambio social en el sentido deseado es otorgando a las emociones un papel relevante en la construcción de la realidad social. La indignación, la esperanza, la resignación, la confianza, la incertidumbre juegan un papel importante en la economía y en la política y, por ende, en las decisiones que condicionan marcos de realidad alternativos o conformistas. Solo tenemos que creer o, mejor dicho, debemos empezar por creer.
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