¿Tiene futuro un califato yihadista sin califa?

Todo parecía perdido para los yihadistas, pero en 2011 cambió la marea porque estalló la guerra civil en Siria y los norteamericanos evacuaron Irak, dejándolo en manos de Nuri al-Maliki, un líder chií democráticamente electo pero corrupto, incompetente y sectario. En un par de años, Maliki y sus compinches habían convencido a gran parte de la minoría suní de que el Gobierno de Bagdad era poco menos que una fuerza de ocupación dedicada a marginarles y explotarles. Así fue como en junio de 2014, un yihadismo renovado pudo conquistar Mosul y proclamar un califato sobre los territorios suníes de Siria e Irak, una extensión tan grande como Gran Bretaña. Cuatro años después, el califato había desaparecido y ahora su líder ha compartido el mismo destino que su antecesor, aquel Abu Omar que también se suicidó con un chaleco explosivo al verse cercado.

¿Han sido los turcos los que delataron la posición del califa fugitivo? ¿Fue el precio que pagaron para lograr que los norteamericanos traicionasen a sus aliados kurdos de Siria? En cualquier caso, el califato islámico fracasó cuando se basó exclusivamente en el elemento religioso dogmático, pero triunfó, al menos temporalmente, cuando parte de la población suní de Siria e Irak decidió apoyarles por sus propias razones. En realidad, el yihadismo ha sido la máscara del supremacismo árabe suní sobre los restantes grupos étnicos de la región.

Por eso el califato nunca logró avanzar más allá de los territorios de mayoría árabe suní, ni atraerse a los kurdos, los árabes chiíes del sur de Irak o las múltiples minorías del oeste de Siria. Tampoco los árabes suníes de Líbano, Jordania o Arabia Saudí se mostraron interesados porque ellos viven situaciones totalmente diferentes a las de sus correligionarios en Siria o en Irak. El problema es que, al igual que en 2007-2010, el precio a pagar por ese programa supremacista acabó siendo demasiado alto para sus teóricos beneficiarios. La dictadura yihadista del Estado Islámico era demasiado totalitaria, excesivamente restrictiva, retrograda hasta extremos inviables y demasiado agresiva y militarista para consolidarse y sobrevivir.

Ibrahim Awad ha muerto, suponiendo que Trump no esté fantaseando como suele hacer, pero el yihadismo sigue ahí y podría resurgir en las condiciones adecuadas con un nuevo líder. Resulta sumamente improbable que vuelva a disfrutar de condiciones tan excepcionalmente favorables como las que encontró en 2011-2014, pero aunque así fuese, seguiría siendo una ideología cavernaria e impracticable.