El Euromillones del viernes: comprobar resultados del 31 de enero

El debate sobre la libertad de expresión puede ser complejo y estar lleno de matices endiablados. Filósofos y juristas han llenado con él miles de páginas. Oliver Wendell Holmes argumentó por ejemplo que no debería estar permitido gritar 'fuego' en un teatro lleno. Luego Christopher ... Hitchens gritó 'fuego' en un teatro y demostró que ni siquiera eso tiene por qué ser siempre perseguible.

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La parte buena es que no todo es constantemente complicado, tampoco el debate sobre la libertad de expresión. Y cualquiera que mantenga un cerebro medio en marcha entiende que ni el rapero Hasél ni la joven falangista que recita idioteces sobre la División Azul constituyen un problema irresoluble. Son unos pobres fanáticos a los que se les debería dejar decir lo que quieran al tiempo que se les hace todo el caso que merecen: ninguno.

Dicho de otro modo, los jueces no pueden perseguir la estupidez. Y una sociedad sensata no puede recurrir a los jueces para que se encarguen de todo, también del mal gusto, la iluminación, los traumas de cada cual o el afán de protagonismo. De sancionar todo eso debería encargarse la sociedad, del mismo modo constante e indiferente con el que ya sanciona la falta de higiene, la costumbre de desear la muerte de bebés o el hábito de defender genocidios frente a gente a la que acabas de conocer. No es fácil que te inviten a muchas barbacoas o prosperes en el trabajo si eres una persona así.

Otra cosa es por supuesto que de las palabras se pase a la violencia o que las palabras entren en el terreno de la amenaza o la calumnia. Pero la regla general debería ser que las palabras no delinquen. Y que eso en absoluto quiere decir que no tengan costes. Al contrario, la opinión de los demás –y su hermana mayor, la opinión pública– funciona siempre como un tribunal para quienes están en sociedad.

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Un buen lugar donde vivir es aquel en el que la libertad de expresión es extensa y valorada mientras el debate público es lo suficientemente sano como para ocuparse de asuntos que tienen interés y esquivar con desprecio las trampas incendiarias que intenta imponer la propaganda. El modo en que esas trampas se nos ponen a cada paso es ya escandaloso. Las ganas de que algo salte por los aires pueden cortarse.

VACUNAS

Los detalles

La buena noticia es que cien mil vascos han recibido ya al menos una dosis de la vacuna contra el Covid; la mala, que somos más de dos millones de vascos. La consejera Sagardui considera que la estrategia de vacunación es «clara»; los sanitarios consideran que es «un caos». Las opiniones no son del todo coincidentes. Pero es que el de la vacunación es entre nosotros un territorio misterioso y propenso al relativismo. El lehendakari hasta parece ofenderse cuando le dicen que el País Vasco es la comunidad que menos vacunas pone. Luego miras la estadística y el País Vasco es la comunidad que menos vacunas pone. La explicación constante tiene que ver con el número de vacunas que se reciben. Es un dato fundamental, pero no sólo sirve para justificar cuántas vacunas se aplican sino también cómo se distribuyen. Cuando toca vacunar a los mayores de 80 años, la consejera da una fecha concreta: «las próximas semanas». Y detalla al máximo el proceso que va a seguirse para vacunar a más de ciento cincuenta mil personas: «acomodando la vacunación a las situaciones generales en las que se encuentren».

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PP

Génova, 13

La reacción del PP al desastre en las elecciones catalanas ha sido inmobiliaria. Pablo Casado anunció ayer que dejan la sede de la calle Génova. El movimiento es un chiste, ya pueden decir misa los expertos en comunicación política. Casado solo podría venderlo bien si comenzase a sacar cajas de la sede a pulso, como aquella vez que se puso a quitar nieve, y se acercase a las cámaras gritando con voz gutural y amenazando con el puño como los del 'Pressing Catch': «¿Acaso un líder que no fuese poderoso afrontaría así el peligro más terrible que existe: una mudanza?» La otra gran decisión de Casado consiste en no hablar más de Bárcenas, lo que hace pensar en que en el PP comenzarán a hacer con el extesorero lo que los galos de Astérix con la batalla de Alesia. Ni saber de qué les hablan. Creo que, de ser Casado, lo que habría hecho en Génova para demostrar quién manda es colgar a un puñado de asesores de la fachada. Eso sí, a los que no somos de Madrid se nos ha fastidiado el plan. Salías de la librería Pasajes y te hacías la foto en Génova 13 para el grupo de amigos del 'WhatsApp'. «¡Baja, Mariano!». Cosas así.

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