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Anunció el Kremlin la movilización de reservistas y la Unión Europea reaccionó con agilidad, mostrando su disposición a acordar algo que sonaba como una respuesta conjunta y acogedora para los ciudadanos rusos que quieran huir del reclutamiento, la guerra o el régimen de Putin. Como ... tras la disposición ejemplar llegó el fin de semana, Estonia, Letonia, Lituania y Polonia ya tienen cerradas sus fronteras para los rusos y la avanzada Finlandia está a punto de hacerlo igualmente. Son los países que sí están al lado de Rusia y por alguna razón no creen imprescindible la opinión de países como España o Portugal, que a 3.000 kilómetros de distancia igual no encuentran un solo ruso que no les parezca León Tolstói.
Exagerando como suelen, en Polonia ni siquiera dejan entrar a dar conciertos a Roger Waters, el de Pink Floyd, que no es ruso pero parece de Podemos y le echa a occidente la culpa de la guerra en Ucrania. «Censura draconiana», ha dicho Waters. Y lleva razón, pero no deja de ser una señal de decadencia que la letra buena de Pink Floyd no la escriba ya él, sino el ruso que el otro día gritó en una oficina de reclutamiento que cómo iban a luchar por su futuro si ni siquiera tienen presente. Las imágenes de los reservistas borrachos como cubas atizándose entre ellos antes de ir al frente a empuñar armas oxidadas se mezclan estos días con las de los rusos que intentan salir en coche del país, ya sea en dirección a Finlandia o en dirección a Mongolia. Putin está consiguiendo que Rusia se convierta en una jaula de dimensiones extraordinarias. Piensen que a usted y a mí nos queda más cerca Kiev que a los reservistas a los que vemos estos días lamentarse de su suerte en la Siberia oriental. El doble de cerca. Que el Kremlin parezca estar movilizando antes a minorías étnicas de repúblicas lejanas que a la juventud de San Petersburgo con acceso a Internet hace pensar en cómo se alimentan las trituradoras de carne. Que ayer más de 23.000 judíos jasídicos de todo el mundo llegasen a la ciudad ucraniana de Uman para celebrar el año nuevo en el sepulcro del rabino Najman de Breslev nos recuerda en cambio que desnazificar Ucrania fue el motivo esgrimido por Putin para justificar, hace ya siete meses, una invasión criminal.
Federer
¿De verdad es tan importante que Federer y Nadal llorasen juntos y se diesen la mano? Pero si hace treinta años 'Magic' Johnson e Isaiah Thomas se daban un beso antes de cada partido de máxima rivalidad y violencia entre los Lakers y los Pistons. Y hace diez vimos a Mourinho bajarse de su coche para abrazar a Materazzi y romper los dos a llorar ahí, en plena calle, porque aquello era una despedida. Repito: Mourinho y Materazzi. En realidad, lloran tanto los deportistas que solo deberían subrayarse las excepciones: los que están bien y no dramatizan. No es desde luego en el deporte donde debe revisarse la masculinidad tóxica. Otra cosa es la política. Anda que no podía aprovechar el líder de la oposición el positivo por covid del presidente para ponerle un tuit: «Estás hundiendo el país, pero no lo olvides: te quiero». Y el presidente contestar con el emoticono de la lagrimita: «Qué ganas tengo de abrazarte, fascista».
PNV
Andoni Ortuzar dijo en el Alderdi Eguna que en Bildu «van de guays». Se refería al papel de los de Otegi en Madrid, pero la expresión hace pensar en otra cosa: el invierno demográfico vasco. Ortuzar dijo también que según Einstein la fuerza más poderosa del universo es la voluntad. Suena a cita falsa y es curioso: cuando los anglosajones tiran de web de frases, le atribuyen a Einstein una más graciosa, que será también falsa pero encaja mejor con lo de la influencia vasca en Madrid: «La fuerza más poderosa del universo es el interés compuesto».
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