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El fracaso de Sánchez en la investidura no es sólo el de un candidato y de su formación, sino también del conjunto de la izquierda española, incapaz de articular un espacio común de intereses compartidos, que se mantenga a salvo de las disputas y de ... las rivalidades partidistas. Efectivamente, las circunstancias y los comportamientos que rodean a la investidura fallida tienen como escenario de fondo una relación de enorme conflictividad ente el PSOE y las formaciones que en cada momento de la reciente historia política se han situado a la izquierda de los socialistas. Una relación impregnada de sectarismo ideológico. La historia del PSOE y del PCE en gran parte está construida con base en esa relación de convivencia imposible, de exclusión mutua, donde la lucha por la hegemonía en ese ámbito ideológico y político les lleva siempre a un modelo de relación sustentado en la rivalidad y la exclusión más que en la colaboración. Las décadas pasadas desde el inicio de la Transición ilustran perfectamente esta disputa estéril e infantil entre socialistas y comunistas, donde el PSOE, especialmente de González y Guerra, pretendió acabar con todo lo que había a su izquierda.
El hegemonismo y el infantilismo son dos enfermedades que afectan a la izquierda española. El primero afecta e impregna el comportamiento del PSOE respecto a los adversarios situados a su izquierda. El segundo, afecta a los grupos que han pretendido desbancar a los socialistas, hasta convertir tal pretensión en el elemento nuclear de su estrategia. Mientras la estrategia del PSOE pasaba por ocupar todo el espacio de la izquierda real, dejando lo no integrable en la marginalidad; desde los comunistas y otros grupos de izquierda radical se soñaba en el 'sorpasso'. La grandísima crisis que desde el año 2011 ha vivido el PSOE y la irrupción de una formación emergente como Podemos permitían albergar una nueva esperanza. El hegemonismo del PSOE estaba muy tocado y el dogmatismo de la izquierda radical colocó a ésta en la marginalidad en cuanto a la representación institucional. Los resultados obtenidos en las elecciones de 2015 por los socialistas y la formación morada, con una representación muy equilibrada, permitían abordar, con dificultades lógicamente, una nueva relación basada en el reconocimiento y respeto mutuos entre estas formaciones.
En estos tres años ambos grupos políticos han cometido errores garrafales. Sólo la actuación conjunta en la gestión de la moción de censura significaba un hecho nuevo que posibilitaba contemplar con cierta dosis de realismo un escenario de colaboración estratégica en el seno de la izquierda susceptible de ser llevada hasta la formación de un gobierno de coalición. Este fracaso nos devuelve a la realidad de los desencuentros. Es obvio que en la falta de acuerdo han intervenido múltiples causas y razones, desde las personales hasta las que se plantean en ámbitos tan importantes como el de la confianza y lealtad.
Pero junto a ello, nuevamente las dos enfermedades tradicionales de la izquierda se han reactivado. El hegemonismo, favorecido por las expectativas electorales, se está imponiendo en el PSOE, que le impide dar carta de naturaleza, como socio de gobierno, a su rival político y electoral. Por su parte, Podemos sigue cometiendo errores gravísimos, infantilismo puro. Su concepción del poder. Como si la dignidad de Podemos y la viabilidad de su futuro fuese una cuestión de competencias a gestionar en un Gobierno.
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