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Primero fue el bikini. Año 1946. Resulta curioso que lo inventara un ingeniero de coches francés reconvertido en diseñador de moda, Louis Réard, y lo ... bautizara con el nombre de un pequeño atolón de las islas Marshall. Lógicamente la nueva prenda de baño fue considerada mucho más escandalosa que las pruebas nucleares que Estados Unidos estaba realizando por entonces en dicho atolón y que impidieron el retorno a su arrecife natal de los casi doscientos micronesios desalojados. Formas de mirar manipuladas. Años después, sin embargo, el polaco Rudi Gernreich apenas agitó a la sociedad con su propuesta del monokini, preludio del futuro topless; una prenda catalogada como tan inaceptable o imposible que no atemorizó lo que el bikini y pasó al olvido sin pena ni gloria.
Y hoy, en plena era del nudismo admitido y normalizado al menos de forma constitucional -no existe ningún impedimento legal para su práctica en lugares públicos-, un comandante de Vueling prohíbe el embarque a una viajera que iba, a su entender, ligera de ropa. La compañía se ha escudado en el cariz de la prenda: un bañador inadmisible en lugares no destinados al baño. Forma de mirar errónea porque un video del incidente con la consabida trifulca montada y una foto de la indumentaria de la chica demuestran que se trataba de un body sin transparencias, acompañado de una sencilla falda negra. El vídeo se ha hecho poco menos que viral y provocado las típicas respuestas enfrentadas en ese gran micrófono abierto al populacho que son las redes sociales.
Hay otro encontronazo veraniego tan candente como la ola de calor que nos asfixia y que puede resultar tan virulento como el reciente debate de investidura, y es si en las piscinas municipales debe permitirse no ya el topless, que en ciertas zonas de las instalaciones está consentido, sino el desnudo integral. Acaso haya ayudado a generar esta disputa, entre otras cosas, el ejemplo pionero de la piscina pública de Aluche (Madrid) que ha establecido por decreto un día de nudismo opcional -el tercer domingo de julio-, en el que han predominado las personas sin bañador. Una iniciativa que estuvo apoyada en su origen (2016) por Manuela Carmena, aunque no partiera del Consistorio sino de asociaciones naturistas en su deseo de instaurar 'el día del nudismo' o 'el día sin bañador' como se instauró en su momento el día del libro o el de la lucha contra el sida.
Pero si el topless tenía connotaciones de liberación femenina en aquella Europa de los 70 y 80 que había desacralizado el sexo y lo había librado de su condición tabú, el nudismo tiene más de filosofía de vida. Argumentos de peso como la libertad de expresión, la autoaceptación del cuerpo al margen de los cánones de belleza impuestos por las modas o el uso del vestido como necesidad, no como vanidad y consumismo, hacen que el nudismo no se reduzca a un elemental postureo de rechazo por la ropa.
El debate está servido. Y es un debate ideológico en el que la actitud conservadora ataca el desnudo atendiendo a su falta de moralidad. Como eso no es suficiente para que sea demolido y condenado, pretende discriminarlo amparándose en el delito de exhibicionismo, que sí está penado por la ley.
Pero ¿qué es la moralidad exactamente? Y más ambiguo todavía: ¿cómo se mide la moralidad? Si por definición es un conjunto de criterios, de creencias, de opiniones, se trata por tanto de un valor intangible, variable y, como tal, imposible de sintetizar. ¿Es moral, por ejemplo, presentar ciertas partes del cuerpo como diferentes o negativas o provocadoras y, por consiguiente, cubrirlas? ¿Es moral identificar desnudez con sexualidad y mirar ambas cosas de manera desnaturalizada? ¿Es moral tapar los cuerpos mientras se destapan ante nuestros ojos las grandes catástrofes humanas que crecen exponencialmente bajo la mirada indiferente de los líderes mundiales? Otra forma espantosa de mirar.
Stefan Zweig, aquel gran escritor judío-polaco que se quitó la vida por la amenaza que le suponía la nueva Alemania de Hitler, dejó reflejado en su bellísimo cuento 'Los ojos del hermano eterno' (1922) la relatividad y subjetividad de esta clase de valores que son la moralidad, la bondad o la justicia. Narra con elegante estilo que muchos años antes de que Buda morase en la Tierra existió un rey rajputa que, cierto día, fue víctima de una insurrección. Su leal vasallo y amigo Virata emprendió la guerra para enmendar al enemigo. Era de noche. En la fragosidad de la batalla, Virata dio muerte sin querer a su propio hermano, que luchaba junto a él. Lo descubrió al amanecer. Tenía los ojos rígidos y abiertos, pero su corazón ya no latía. Este hecho le marcaría de tal forma que su único anhelo en adelante sería abrazar la moralidad, la bondad y la justicia más perfectas para poder estar en paz consigo mismo y con Dios. Pero no lo conseguía, hiciera lo que hiciera y, aunque favoreciera a muchos, siempre desfavorecía a alguien y siempre había una voz que le increpaba. Formas de mirar distintas.
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