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Feijóo calidade
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El líder del PP firma un resumen de programa electoral como si fuese una ConstituciónFeijóo presentó ayer un Plan de Calidad Institucional, pero perdió la ocasión de llamarlo 'Feijóo Calidade', activándole así al votante la simpatía subliminal (¡y transversal!) por el albariño y los percebes. Sucedió en la cuna del constitucionalismo: el Oratorio de San Felipe de Neri en ... Cádiz. Eso facilitó la comparación: los retablos del templo son menos rococós que la caligrafía del líder del PP. Es que Feijóo no solo firmó su plan, lo acompañó de un breve texto manuscrito: cuarenta palabras que le llevaron más de dos minutos de esforzada escritura. Después, lo enseñó a cámara. Así descubrimos que, además de tener letra de médico -concretamente de uno que con las prisas se ha colocado a sí mismo los electrodos del desfibrilador-, el jefe de la oposición parece utilizar un alfabeto propio. En él mayúsculas y minúsculas se pelean, algunas letras se sustituyen por ideogramas y las tildes se alzan en rebelión. No es un detalle menor. Si el mérito de Pedro Sánchez al hablar inglés es grande, no es menor el de Feijóo al escribir en lo que parece griego micénico.
Por lo demás, su Plan de Calidad consta de sesenta medidas de regeneración democrática. Son todas estupendas (limitación del uso del decreto ley, despolitización de los organismos públicos…) y el PP las presenta como si nadie recordase qué hicieron al respecto cuando ya gobernaron el país, puede que hasta con mayoría absoluta. Ajeno a todo eso, Feijóo firmó ayer un resumen de programa electoral como si fuese una Constitución. Y a continuación todo el mundo se fijó en la propuesta más irrelevante: el gobierno de la lista más votada. La inminencia de las elecciones favorece el síndrome del indígena. Lo sufre el ciudadano que ve cómo se le acerca un candidato y le ofrece cuentas de plástico a cambio de su voto forjado en oro de ley (electoral). Así Feijóo recupera una idea recurrente a sabiendas de que no tiene más recorrido que marcar un rato el debate. Como si una reforma electoral pudiese acordarse en medio de la campaña. Curiosamente, ahora el PP circunscribe lo de la lista más votada a las municipales. Ojalá para la batalla final de las generales proponga que, si no hay mayorías absolutas, se escoja entre los líderes del bipartidismo por orden alfabético. Eso el PSOE sí podría aceptarlo. Justo después de cambiar con reflejos al candidato Sánchez por el candidato Ábalos, José Luis.
Covid
En el covid, de todo va haciendo ya tres años. Ayer fue el tercer aniversario del confinamiento en Wuhan. Hoy lo es del día en que conocimos a Fernando Simón. Del primer acontecimiento recuerdo el dato asombroso: en Wuhan vivían once millones de personas que ya no podían salir de casa. Del segundo acontecimiento se recordará siempre la frase entre el barullo de periodistas: «Ahora mismo yo creo que la población tiene que tener un nivel de percepción de riesgo incluso muy bajo». Han pasado tres años y convivimos tranquilos con el covid. Y con sus misterios. Por ejemplo, la identidad de la primera víctima. O un misterio mucho mayor: el paradero de aquella necesidad nuestra inaplazable de realizarle una evaluación técnica e independiente a la gestión, nacional y autonómica, de la pandemia.
España
La ministra de Educación le ha recomendado a la de Asuntos Sociales prudencia verbal. Es que Ione Belarra llamó «capitalista despiadado» a Juan Roig, el dueño de Mercadona. Y eso que a Pilar Alegría la crítica no le parecía mal. ¿Pero no habíamos quedado en que es el trumpismo el que insulta? Todo puede decirse de otra forma. El lehendakari se dolió ayer de la acusación de xenofobia del PSE relacionándola con el auge de la crispación política. A favor de Belarra hay que decir que no personalizó tanto: enseguida insultó a todos los dueños de supermercados: «Son capitalistas despiadados y tenemos que frenarles los pies». La delicadeza está quizá en que la ministra no va a parar esos pies despiadados. Solo va a frenarlos.
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