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Vivimos una época en la que la posverdad y las 'fake news' se han adueñado de nuestra realidad social, política y emocional. Informaciones falsas o falseadas que se visten de verdad ofrecen un camino corto para conocer una realidad compleja. Fenómenos como la subida al ... poder de Trump o de Bolsonaro en Brasil, el Brexit o la cada vez más rampante xenofobia tienen mucho que agradecer a la manipulación de información, de emociones y de creencias. Con tales mimbres, no es de extrañar que este fenómeno se haya colado también en la gestión y difusión de información sobre la pandemia del Covid-19 que estamos viviendo. Y existe el peligro de que ese camino corto para conocer la realidad vaya en detrimento de la ciencia, cuyas conclusiones solo se consiguen tras años de trabajo e investigación.
El coronavirus es un virus nuevo, cuyo funcionamiento apenas estamos empezando a comprender, y cuyo tratamiento y posible vacuna apenas están naciendo. El miedo es una consecuencia bastante natural a esta situación, pero que puede fraguar un virus todavía peor que el propia Covid-19, la desinformación. Primero fueron las negaciones a la situación («esto se puede controlar», «no hacen falta mascarillas», «esto es como un catarrito, estad tranquilos»...). Luego empezaron los líderes que se negaban a los confinamientos y a la distancia social. Ahí tenemos a Bolsonaro haciendo actos públicos y masivos sin mascarilla -animando además a no llevar mascarilla- o a Trump alentando a través de sus redes sociales a aquellos que se negaban a confinarse.
También tuvimos un capítulo de recetas de remedios no testadas médicamente, donde el primer premio, seguramente por lo mediático que resultó, fue el de Donald Trump, que aconsejó que quizás inyectarse lejía en vena podría matar el virus a quien estuviera infectado (la lógica trumpiana funcionaba así: si la superficie contaminada queda desinfectada con lejía, las venas humanas también quedarían libres de coronavirus inyectando lejía).
Los hechos y las evidencias científicas se han ido imponiendo a tamañas afirmaciones y la realidad es que el Covid-19 puede ser mortífero, que es altamente contagioso y que por ello es necesario el distanciamiento social, y que todavía no tenemos una vacuna.
Estos fenómenos no son nuevos. A lo largo de la historia podemos observar cómo ha habido grupos de resistencia a medidas médicas propuestas ante emergencias sanitarias. En el siglo XIX, por ejemplo, durante la epidemia colérica de 1885 en la ría de Bilbao, muchos médicos se quejaban de la resistencia de las poblaciones de la zona minera o Barakaldo a seguir sus preceptos higiénicos para contener la enfermedad, dada la extendida creencia de que «los médicos estaban pagados por el gobierno para envenenar a los enfermos», tal y como aparece en 'El Noticiero Bilbaíno'.
Pues bien, en esta pandemia, estamos viendo muchos elementos de resistencia. Aquí se sitúan por ejemplo los negacionistas, un heterogéneo grupo que condensa muchos de los elementos comentados anteriormente. La reciente marcha en Berlín ha aglutinado a personas colectivos tan dispares como simpatizantes de extrema derecha, antivacunas o no militantes en ningún movimiento, pero preocupadas por las libertades individuales que, a su juicio, chocan frontalmente con las medidas anticorona. También hemos visto a norteamericanos que esgrimen la Constitución para negarse al confinamiento o al distanciamiento social bajo el argumento de que eso «es comunismo», aglutinando así dos de las bestias negras del conservadurismo de ese país: el comunismo y la regulación estatal.
Ahora bien, a diferencia de periodos históricos anteriores, hoy día la existencia de las redes sociales amplifica a nivel mundial cualquier mensaje, también, o, sobre todo, las 'fake news'. En un estudio del MIT (Massachusetts Institute of Technology) de 2018 se concluyó que las falsas informaciones tenían un 70% más de probabilidad de ser compartidas en Twitter que las informaciones verídicas. El miedo de las poblaciones a la nueva situación hace que su capacidad analítica quede mermada y crean casi cualquier bulo. 'Noticias' como que el Covid-19 es producto de un intento por controlar el mundo o que ha sido Bill Gates quien lo ha creado abundan en las redes y han corrido como la pólvora entre una población que cada vez tiene más información, pero cada vez está más desinformada.
En épocas de crisis la incertidumbre se adueña de las mentes humanas. Máxime si es una crisis sanitaria con un virus altamente contagioso a través de algo tan básico y humano como el contacto físico, y con un liderazgo político a nivel mundial que no está siendo todo lo claro que debería para tranquilizar a la población. Ante tal situación, hay dos opciones: mantener la mente fría y seguir los preceptos de la ciencia -que suele ser el camino más largo- o abrazar informaciones no contrastadas pero que se presentan como verdad -que suele ser el camino corto-.
La moraleja del cuento de Caperucita es que el camino corto puede tener fatales consecuencias. Pues eso.
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