Urgente Grandes retenciones en la A-8, el Txorierri y la Avanzada, sentido Cantabria, por la avería de un camión

Se repetía que había que dejar pasar entre diez y quince días para ver los efectos de la Semana Santa en la marcha de la pandemia y aquí estamos, catorce días después del Jueves Santo, con la incidencia en el País Vasco por encima de ... los mil casos diarios. No hace falta ser Sherlock Holmes para deducir que la cosa no ha ido bien. Tampoco para entender que, con los desplazamientos limitados a la propia provincia, el movimiento durante las vacaciones tuvo que tener otra característica que definiese una intensidad significativa. Ahora es cuando Sherlock Holmes levanta con el bastón una bufanda a rayas que encuentra oculta por ahí y se la enseña a Watson, como queriendo decir lo que nunca dijo: «Elemental, querido, etc».

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Comprimiendo a las bravas lo futbolístico y lo demográfico, más del 80% de los vascos tuvieron partido el Sábado Santo. Mucho más que un partido, en realidad. Una final que era además un derbi. Lo que eso produjo por el lado de las aficiones despidiendo a los equipos o concentrándose el día de la final ya lo hemos visto. Sabemos desde hace más de un año que una de las cosas que no hay que hacer bajo ningún concepto en una pandemia como la que atravesamos es juntar a mucha gente, menos aún si está exaltada. Al menos, esa gente se juntó a cielo abierto. Lo que resulta imposible de calcular es lo que la cita deportiva supuso por el lado de los contactos bajo techo de no convivientes: familiares, amigos, cuadrillas que quedaron para celebrar de algún modo la fecha histórica. Bueno, de algún modo no: sin mascarilla. Y comiendo y bebiendo, o sea, relajándose y bajando las defensas, que es como se celebran estas cosas.

Que las aglomeraciones públicas, además de entrañar un peligro por sí mismas, contribuyesen a trasladar una sensación festiva que alimentase el resto de encuentros es algo que parece probable. Este sábado hay por las cosas de la vida otra gran final, aunque está vez solo implica al 50% de los vascos. Y, es curioso, la situación se presenta bastante diferente. Los bares no van a estar tan abiertos. Y, una semana después de que se nos dijese que no había dispositivo policial capaz de enfrentarse a la aglomeración de aficionados en el centro de una ciudad, el Gobierno vasco ha preparado, esta vez sí, un dispositivo policial para enfrentarse justo a esa situación.

CATALUÑA

La máquina

Javier Cercas dice en TV3 cosas como que España es una democracia y le terminan montando una campaña acusándole de instigar «la intervención del Ejército contra Cataluña». Entre quienes avivan el bulo, diputados de Junts o el abogado Boye. También un locutor de la radio pública que compara a Cercas con criminales de guerra serbios como Radovan Karadzic y Nikola Koljevic. Se comprende el escándalo, pero no la noticia. ¿Dónde está la novedad? Por el lado del clima social, Cataluña, con esas empresas y esas playas, tiene de repente el saldo migratorio interprovincial negativo. Sobre los montajes, el independentismo mantiene que el 1 de octubre hubo mil heridos y que hoy hay 2.850 represaliados. Sobre la falta de un mínimo de decencia, hemos visto lazos amarillos en Mauthausen. Ese fanatismo reposado es el que más me fascina. Tan fino y no detecta que, al comparar a Cercas con Karadzic, solo demuestras una cosa: que los miles de inocentes asesinados en Srebrenica son para ti insignificantes, mero combustible para la máquina de la mentira.

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CONGRESO

Adoquines

El Congreso se centró ayer como suele en los temas decisivos para el conjunto del país: elecciones madrileñas, Segunda República, Trump, Ayuso, Largo Caballero… Santiago Abascal subió a la tribuna con un adoquín. Para enseñarlo. Uno de los que le tiraron en Vallecas. En cuanto a los primeros espadas, el presidente se fingió irónico y el líder de la oposición implacable. Les sale fatal a ambos. Hubo un momento de esos de dar mucha cosita en el que Sánchez les reprochó a los demás que no llevasen papeles y los leyesen como él. Yo sé que cualquier tiempo pasado no fue mejor, pero cámbienmelo por cualquier periodo parlamentario y se lo firmo. Es que el otro día, a cuenta del aniversario del voto femenino, busqué en el diario de sesiones el debate de 1931 entre Victoria Kent y Clara Campoamor. Y qué tías, qué argumentos, qué corazón. Defienden lo contrario y te parece que ambas están en lo cierto. «Yo ruego a la Cámara que me escuche en silencio», dice en un momento Clara Campoamor. «No es con agresiones y con ironías como van a vencer mi fortaleza». Lees eso y te imaginas a tres cuartos del hemiciclo actual poniéndose rojos y dando a borrar el tuit.

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